| ARTURO CARRERA


 

FOGWILL

ARTURO CARRERA


ARTURO Y YO

                                

            UN DIA EN "LA ESPERANZA"
             a Esther y Martín Bruzzo

 Martincho y Luciana
 me tiraron pasto podrido
 y después Juan me escupió
 el agua verdinegra del mate
 sobre la libretita y el pantalón

 Esther (28 años) salió a defenderme.
 ¿Qué le hacen a Arturito?
 No le tiren pasto a Arturito
 que está escribiendo

 Pero Arturito no sabe escribir.
 Arturito es pasto de las llamas
 de los niños

 De todo podría decir él
 que ha sido, que ya fue escrito
 o apoyado todavía en una ciencia
 que la naturaleza debería imitar

 ¿Echó a los niños?
 Sólo les dijo: "vayan a la otra palmera
 Aquí tengo que escribir".
 "¿Molestamos? -dijo Luciana-. Y
 agregó: "¡Tonto, vos no conocés todo
 nuestro campo!"

 Florecillas.
 Círculos amarillos.

 Los chiquitos bajo la palmera más amplia
 y el dálmata sobre las manchas de luz en
 copos que filtraban las lentísimas hojas
 acribilladas

 El gritito de Juan.
 Los ojitos celestes;
 la boca de viejita desdentada de Luciana.

 Los niños como antídoto
 después de una noche soñada
 para la fatalidad del sufrimiento

 ¡El Campo!

 Lo simple,
 la gratuita espera,
 el artificio remoto de un amor
 que embauca la costumbre.

 El paso veloz de los primatitos y
 el tiempo detenido, indestructible
 como el viento en los árboles
 como el agua en la luz

 Pasto de las llamas
 De los niños.

 Forzar
 el ideograma de la alegría:
 el cuerpo como único retrato,
 único espejo, único pie de la temible
 locura.

 Forzar la música de los nombres que se
 arrastran en la cacería de los estrechamientos
 y besos y gestos del amor e innumerables
 abrazos.

 Forzar y destruir todo simulacro de Belleza y
 atender el disimulo de estas bandadas de loros
 querellando a lo lejos, en las nubes,
 como ranas.

 Faltaba esta maldita música country y toda la
 demencia natural del atardecer: el sol obsceno
 como una gorda rubicunda en el bañadero de los
 patos

 y las 28 jóvenes bestiales jugando al tenis
 tan solas y tan tristes,
 con sus 28 años de vida masculina;
 con las 28 raquetas junto al caserío
 del mar: es decir, del campo.

 28 jóvenes y nade sale de mi deseo
 28 jóvenes y ella va memorizando
 en nuestro sexo mi aciago destino:
 el disparate de no desear conocer
 en el conocimiento con su deseo.

 el sentido triturado
 por las disparatadas risas de los loros;
 el destino como una migración momentánea
 hacia una noche acaso momentánea
 con sus colores tenebrosos
 sus faisanes degollados y sus cabizbajos
 flamencos,

 Fermín y Anita -dije anoche.
 ¿Cómo luciré ya para vosotros, con este
 sombrerón fantasma y estos huesos porosos
 con el ligero dolor del mundo: ¡bufón!
 y con este bastón y esta caperuza y este
 sonajero contra el rumor de una indestructible
 carcajada

 Es la madrugada y estoy sollozando todavía,
 mordiendo la servicial almohada y
 comprendiendo que ustedes no están para
 saltar como monitos en nuestra cama

 y yo buscando sobre la risa o red del circo
 mi libretita de apuntes
 con mi terco dolor en "la boca del estómago".

 Pero esto es otra cosa: otro campo
 donde la pesadilla apaciguada se enriquece:
 malones de niños me atacan con pasto,
 con yerba y agua lavada tratan de cegarme,
 borronear las débiles comisuras de unos
 débiles caligrafiados labios:

 otro campo EL CAMPO.
 con todo su escozor y todo su derroche
 y toda la piratería
 para los sueños del dolor:

 ¿ debo escribir?

 O llorar, simplemente,
 bajo el gentío de infantes y
 toda la chatarra enigmática
 de sus juguetes.

 De los pelos van arrastrando unas muñecas
 automáticas, con chupetes del tamaño
 de un clavo para techos: si le quitan
 "el clavete" las muñecas lloran con
 sonidos y timbres indescriptibles: una
 liebre agonizando imita con insensata
 maestría el llanto de un niño.

 ¿Por qué no se sintetiza o pasa por
 sintetizadores, para las muñecas, el llanto
 de las dulcísimas liebres agonizadoras?

 Oh Poeta,
 el rayo de la pequeña confianza

 te alimenta.

 El Dolor y su Moral.
 La desdicha de la antipatía.
 Los ojos de una enigmática mujer

 que crece en otros innumerables ojos
 cada día.

 La música y su sonrisa de cuartel,
 sonrisa desvaneciéndose entre aplausos
 y aplausos
 besos y aplausos

 Y el campo del Ser Humano,
 el campo de su Eternidad: Tomábamos
 el té y Martín dijo, como Séneca, la
 vida es brebe.

 Arturito asintió: tan breve,
 tan dichosamente breve
 tan brevísima hembra del colibrí
 libando la risa de nuestra eficaz
 confianza.

 Oh poeta: la tormenta y la tierra
 que avanza en virutas y los remolinos
 a través del monte borrando el indeciso
 arco iris.

 Oh, confianza. Breve musiquita embustera
 envuelta en la muerte.

 Por vos este día sin mis hijos,
 sin mi querida mujer
 en la oscuridad de la piel terrosa
 y perfumada

 del campo nocturno
 del campo de la diferencia
 del campo de la repetición

 Todo en un
 instante
 sumiyesco: "la centella entró
 y los niños se aferraron a los
 muslos delicados de la madre:
 una pequeña y estática mujer:
 una alegoría carnal de la distancia".

 ....................................................................................................................

 está lloviendo
 Martín guarda en su estuche
 el arma que carga el diablo.

 Las palomas se adormecen y pasa
 tras la galería cerrada, Cora,
 con las palomas doradas atadas
 a la cintura.

 Murmullo del agua.
 Los juguetes enfriándose.
 Las manitas de los niños
 para la densidad del arco iris.

 Los cuerpos de los niños veloces
 ya en los bolsillos
 de unas huestes marsupiales.

 El poeta se encierra cómodamente
 en el Fairlaine de Martín:
 con la música altísima,
 la refrigeración,
 y hasta el perfecto anfitrión
 le alcanza un trago largo
 a través de la ventanilla baja.

 Mamarrachea Arturito en ese navío
 ¿pampeano? ¿Anclado en La Esperanza?

 Con sus canastas de lluvia y sombrillas
 enceradas pasan las infantas empapadas;
 los chiquitos ya bañados y listos
 para la cena y el descanso y
 la cocinera con señas silenciosas,
 entre el barullo de los loros y los grillos
 llama a comer

 ¿con una campanilla?

 Esta ventanilla está empañada
 No veo bien.

                                                     LA TARDECITA

 Se acerca la primavera,

 Marcia me odia, tanto
 como yo amo a Lesbia, y
 Catulo la amaba...

 Ella dice que es obscena
 la manera de referirme a mis amigos;
 que soy, en resumidas cuentas de collar,
 una máscara ya obscena y amenamente
 indeseable

 Una máscara del teatro de la infelicidad.

 Pero estamos en el campo.

 El sol alto y tardío.
 El sexo en los cogollos del almendro.
 La luna por despuntar...

 ...el durazno japonés relampagueante,
 brillante rosado como nunca ví. Vacío,

 vacío vertiginoso como tu voz brillante
 contra el viento iluminado y el infierno musical
 de tus estupideces.

 Tu voz brillante. Tu voz ¡poética!

 ¿Recuerdas que dijiste que la prioridad del artista
 estaba en hacerse reventar por los chongos
 de Floresta y después "narrarlo" mientras
 se posa, ante un pintor, como una mariposa
 americana?

 El cielo es una lámina que finge un color,
 una desgracia, unos dibujos maravillosos para el feliz

 embaucamiento de unos niños que involuntariamente
 suspenden la credulidad; coléricos.

 Oh poeta,
 el pequeño vestigio de una tormenta atormentadora
 te alimenta con su rayo

 Te arrimás a los pies de un fulgor que quema como aquel
 caballo blanco que veo, ahora, pegado a su destello

 Estúpido caballo criollo del lenguaje.

 Una mujer entrevé tu Vacío en su boca estrepitosa

 Oh inebriante perrito faldero
 llorando aún por la pérdida de su mamá
 en las letrinas de Roma en una época cruel, en una época
 de niños Heligábalos tan putos como él,
 tan degenerados superiores como él. ¿Debí decir que
 citaba a Pessoa (mucho más, mucho más inteligente que
 yo. Más claro y menos oscuro en las razones de la amistad
 obscena con la tierra y el aire y el sol y la eternidad)?

 ¿se acerca la primavera?

 Sí, se acerca la revolución
 de las florecillas de la amable locura
 con sus sospechas escarlatas, con su Rimbaud, con sus
 mejores mujeres y sus lolitas en flor también
 a la sombra de un despertar anaranjado del verano
 en medio de cada insoportable estación.

 De todas maneras,
 una carcajada embrujada por la dicha "engama" los
 [Image][Image][Image]colores;
 unas manos frágiles precipitan la luz que sostiene
 las formas de unas serranías y unos árboles amarillos,

 ¿Vendrá?

 Todas las formas en todas las formas y la cabeza en la
 pica de la certidumbre,

 la angustiosa serenidad momentánea de la certidumbre,

 Una cierta sombra en las fantasías del amor. Unas
 [Image][Image][Image]sombrías

 siluetas en la cabeza abigarrada y pulsante,
 la cabeza, la cabeza del amante

 sea quien sea. La primavera.
 El cielo como una lámpara en la mesita de luz y
 el día como una noche dispuesta para el obsceno Dolor
 y siempre unos niños bailando en un claro de mi sangre:
 un arco iris del deseo en mis venas.

 El cuerpo estratificado en el lecho ácido del pino,
 las semillas turgentes bajo sus madres arraigadas;
 el silbo de unas perdices mientras avanzo hacia la casa
 cerrada y el galgo y las tunas mordidas por los toros.

 El secreto en el aura de Alicia, la casera, que espanta
 las vacas con su Citroën amarillo y sus alaridos
 expertos.

 El celo. Tres rojas muchachas y yo. El celo sereno,
 el celo en la cabellera solar de la mujer

 ¿El hombre de mármol
 quejumbroso?

 ¿Vendrá?

 Todas las parteras oirían su nacimiento
 si se decidiera a verse nacer,
 estímulo de la pintura. Estímulo de las
 estéticas anarquistas de la pasión...
 Confuso esclavo de la maldad evaporando en la sombra
 toda la Literatura y todo el Mal.

 -Pero no pronuncies esa palabra obscena, por favor,
 Arturito...

 Ni dispongas puntos suspensivos donde políticamente
 no hay suspenso.
 Estamos en el campo y aquí me quedaría hasta ver
 amanecer y que la vaca me dé la teta con sus innumerables
 pezones...

 Terco poeta como la luna en el agua que se agita,
 el día se agita como yo.
 Estamos en el campo.

 -¿Qué somos?
 -A-mi-gui-tos...

 Sonrisa en el coral de las sonrisas que miradas
 difícilmente se disuelven en el aire obsceno.
 Obsceno el tacto del pico de los patos.
 Obscena la algarabía de la quietud.
 Obscena la tarde con sus mates lavados.
 Obscena la invitación a la pintura en caballete.
 Obsceno el caballete en el desván del campo.

 Obsceno el diálogo más que el monólogo y más obsceno
 que este coloquio entre perros de interior...

 Obscena la mirada a la leña y el hacha,
 obsceno el conejo con sus orejas enterradas en el barro;
 obsceno el juego de repetir
 la hartura de la pintura...
 Del campo.

 ¿Vendrá?

 Su caballito volvió solo al lugar

 Espacio perfumado
 no importa con qué
 Estiércol de la atención humeante y perfumada

 La mirada bosta circular de las vacas
 como un cráter lunar en el aire
 en el verde del aire-césped

 Sangre en la pared.

 Sangre en la nariz de la niñita que sale del agua,

 Sangre escondida en los hilillos equidistantes
 de las venas poéticas

 Y es todo lo que no nos debería faltar.

                                CREPUSCULO ARGENTINO

                                            a Elina y Alejandro Carrafancq

 El campo,

 un espacio donde los niños
 confunden la belleza con la felicidad;

 la luz los atonta, el flash doméstico
 y natural los oculta en catacumbas, agujeros
 negros, blancos conventos insonorizados,
 sin follaje...
 oh pequeños religiosos de la exigencia:

 una sonrisita fosforescente y acústica
 y un abracito afectado que se conoce
 en esa especie de Vacío Mundo

 en otra más lejana galáctica
 insaciable risita que lucha.

 Todas las astillas cósmicas.
 Todos los hilos agámicos.
 Todas las taciturnas
 vocecitas en la luz amarilla,
 intensa, de azufre fosforescente
 y de luciérnaga que agoniza.

 nosotros en ese campo expulsado
 donde la fatiga es imprevista
 con sus misteriosos eclipses...

 La insistencia de un pánico silvestre
 y los diminutivos con que Arturito recorre
 su paciencia, su olvido en todo lo que se
 afinca como parpadeo.

 Las cajas del sueño donde el poder dormir
 como volver a morir se precipita; el aire
 se funde con la luz oscura y el agua con
 los desplazamientos del rumor acuático

 imanes, imanes de felicidades remotas mímicas
 en los estados de belleza pura, y variaciones
 mágicas con dedos de reptil, pero ese reptil

 de miniatura africana
 que salta continuamente en el hirviente
 desierto de arena para no escaldarse y
 vivir al unísono,

 para que el día entre en él por todas sus
 semejantes, ínfimas, innumerables huellas
 para que la presencia insaciable del día
 no lo adormezca;

 sin embargo,
 a ellos otros espero, anhelo,
 anillo sus múltiples exigencias.

 Puedo envejecer esperándolos en otra humanidad
 y puedo otra vez nacer; estar como un fruto
 en corona, esperando el picotazo de otros
 mundos,

 la vida de cada minúscula noche hacia el mar.

 Ellos,
 bienes dormidos bajo estatuas de olmos, gnomos,
 tesoros en cofres de pirotecnias perpetuas,
 aún en el vacío insonoro, atraídos como ranas
 En la inquietud de los estanques o el mar,

 sobre la vasta ola roma, sin cresta, alzándose
 silenciosa sobre el amor:

 minutos sin ley ni astros
 tiempos sin cuerpo ni deseo
 espacios donde se cortan los afectos
 a cada exiguo pie de un hombre.

 Son niños siempre y
 niños en un festín donde
 se desconocen los nombres

 Niños arrancados del cuerpo y
 del corazón, como raicillas que
 ya hubieran echado en otros niños
 su ligazón; en otros pensamientos
 su dolorosa espesura.

 Niños explosiones acústicas
 Niños ortigas del verano; a un punto
 en la seda
 vienen a mirar faisanes;

 un círculo luminoso donde caen
 todas las remotas ideologías naturales
 y todas nuestras cósmicas huellas
 estrelladas: los niños.

 Duelo de no pertenecer
 duelo de las sabidurías desconocidas
 sin órganos
 sin ostentación y sin goces

 duelo de apartarse dudando del patio
 de la dicha: donde allí todo nos
 sosegaba como sofocado dolor

 aquí todo nos despierta
 aquí somos el sobresalto del lince
 aquí el sueño oculta
 la alegría del secreto

 Aquí la verdad solitaria derrumba
 el placer
 y el placer no sostiene
 el secreto no sostiene
 el despertar no me sostiene,
 su realidad,
 es más devastadora que el deseo

 ¿Qué es?

 Es la desesperación
 que nos impone como un sueño
 el vacío, el campo...

 Vaho amarillo y los diablitos
 riéndose. Arrastran un perrito,
 escriben una eme majestuosa;
 las brujas-lolita con sus mechones
 eléctricos y sus malcriadas muñecas,

 la voz del perrito; los dientes de las cosas;
 la acústica estirpe china del súbito día

 (el té).

 Los niños.
 Sus rasos borran la única fiesta,
 la única mentira, la única verdad,
 la única risa.

 No te alejes más.
 No te alejes más.

 ¿Qué haré sin los ojillos de tu faisán?
 Sin tus gestos como picotazos dorados.

 Mi desesperación clavada en el deseo
 como un colibrí salvaje en la

 gigantesca flor acuática. La hipertrófica
 magnolia del deseo:

 un limón escarlata y óxido de hierro la van
 centrando con sus suavísimos ganchos:
 la abeja allí se empolva, los zánganos
 conocen y reconocen: desconocen

 El campo, la noche y
 sus caretas de olores
 que no enmascaran, los
 mensajes cortados y los
 gritos suntuosos;
 la noche con sus señales
 de amores de alfalfas y
 alfabetos de sapos y
 telarañas.

 Magnolia del zorrino
 con su chorro de humos acres

 ¿Nada sostendría?
 ¿Nada consentiría en su risa de chaparrones
 de blancos y agrios fuegos
 luminosos?

 Es la madrugada: ¿pero cómo...?

 Los niños se duermen:
 fácilmente se duermen sobre estos clavos
 de azúcar, fakires del infinito turbulento.

 El campo tiembla.
 El campo nuestro. (...el delirio, los surcos
 de la lava del alba. El agua donde amanecemos.

 Los terrores poderosos giran en torno a
 objetos sin valor. ¿Te acordás? Fase del
 desprecio, incluso por el no...

 El No de un amarillo vibratorio,
 los girasoles en el vozarrón del día
 y el humo del atardecer, los ojos
 en la cabeza leñosa
 en el espumoso anaranjado del sol.

 No te alejes más.
 No te alejes más.

 el deseo desdibuja en su plumosa tierra
 un espacio: "que no te despierten todavía,
 y que no hiervan la leche todavía".

 Multiplicidades. Multiplicidades
 secretas

 Lo que pasa durante la tarde
 como los pequeños frutos de las intensidades
 se abre, como un último frutillo
 en las fogatas anaranjadas

 Deja que bajo nuestra incertidumbre
 croe lo incierto: el agro de la espera,
 la niñita que baila... la patria de San Juan
 y esas inquisitorias cartas que quemaste
 para cocer la langosta y las habas:

 La pintura es la extensión más sutil

                                                      LA FAMILIA

 Sobre la familia
 de un dibujo cortado en
 los colores

 El vientre cortado,
 los juguetes.

 ¿Para qué volver a la unidad?

 La naturaleza era la imitación del padre,
 la mirada ilimitada de la Madre: y el amor,
 aunque probablemente no era el amor, reclamó
 una breve caída sobre otros silenciosos
 tiempos.

 Reclamó los niños que se hundían
 en el follaje estrenduoso,
 en la espuma de las ramas. Reclamó todo
 lo que fingía, para sí breves vidas, y
 toda la pequeña presencia que ardía,
 todas las misteriosas nominaciones, todas
 las mentiras fugaces de unos gestos en púas:

 el campo destruyó el dolor
 y eso se percibía como prueba de soledad
 en el paisaje.

 Después el pisoteo,
 la masacre del deseo: el no poder
 reducir a común denominador materno
 el padre malo y el abuelo tramposo.

 La mirada dulcísima en esa noche
 que sólo se abriría para dormir...
 que acaso ya no sostenía
 un ritmo: grillos esquizofrénicos.

 ¿Amantes?

 Cuerpo fascinante y pequeña dominación.
 Vibración de unas caricias que todavía crujen
 en nosotros como suavísimos derrumbes de luz.

 ¿Amantes?

 Y en la felicidad de los gritos
 ¿quién consintió apoderarse
 de un nombre único pero querellante?

 ¿Quién, durante la vida,
 en el vapor urticante
 de todo un secreto?

                                                   EL AGUA ROSILLA
                                                      in memoriam Silvia Redondo

 ¿suena un teléfono?
 Es imposible, aquí, en el campo.

 A menos que obedezcamos
 a otras razones, a otras malas costumbres
 iconográficas.

 Es un pájaro que suena igual;
 o la mixtura informe de dos frases
 trinadas, que saltan a la vez de un gaznate
 abierto al cielo,
 a otro...
 volcando una materia multicolor y
 tan densa en "estados" que...

 Ningún orden nos vincula al pasado.
 No obstante...Eramos el sentido
 de una desaparición, la pérdida absoluta
 del sentido: nos buscábamos como piedades
 escondidas, todavía invisibles, todavía
 impalpables.

 feliz fue la noche confusa y feliz

 el vaivén de nuestros cuerpos
 alarmados por el último beso. El último beso
 y mientras ella desenvolvía sus puntas de secreto
 en la oscuridad lechosa él bebía Tang

 y fue feliz la noche fue feliz

 El último beso.

 (no pudo disimularse en lo pequeño:
 se simuló en lo más enigmático de
 una ostentación: el humillo
 de un nombre.)

 Amantes confundidos. Amantes en el
 agua del jardín de los deseos que se
 bifurcan:

 volados los cuerpos y
 la utilería del amor

 deseo pequeño
 deseo pequeño
 deseo pequeño
 deseo y poder
 y sumisión...

 animal necesariamente
 en la esponjosa sombra
 de las miniaturas:

 del brevísimo instante en que aparecemos
 como títeres de la confusión alada entre
 dichosos por hastío,
 por hambre.

 a cada paso nuestra secreta carga y
 nuestro falso deber.

 el hormiguero del sueño, el sueño
 de tu hermosa tierra (dentro de lo posible)
 el hormiguero y la desaparición:

 El campo,
 pasto o brizna de luz,
 hormiga o escarabajo tanque

 Y el perro Arturo que fue tu lazarillo
 en Roma, y compartió las fugas en tu duelo
 paterno, molecular: pasional, Arturo

 ¿dónde estarás, ahora? ¿Contra qué valla
 de sombras sin espinas dejarás caer a tu
 amo?

 El sol se extingue bruscamente y un insectito
 con lunares negros, bruscamente anaranjado
 se posa en mi muñeca: "Mirá, papá. Una
 vaquita de sanatorio." -dice Ana.

 Más pequeño que nuestro retrato en la cerrazón
 y más pequeño que el mundo sostenido por lo
 que desaparece. La hierba, la luz, la piel, el agua.
 Espacio con olor a vainillas.

 espacio del vómito instantáneo de un niño
 ácido del niño como esperanza: (secreto aliento
 aplastado en la desesperación esperanzada...)

 Espacio perfumado y espacio medroso
 Espacio sombrío de las tímidas frutillas
 Espacio de los tilos y las naranjas

 espacio del cerezo escarchado picado por
 los pájaros.

 Espacio y espacio
 donde tenso se abre el secreto
 de una palabra y
 de todas las deliciosas porquerías
 de los niños.

 Espacio para el barullo de lo pequeño
 que no desaparecerá por el envión de la mañana
 y espacio para la enumeración cada vez más simple y
 más imperfecta

 sintaxis de multiplicidades de olvidos

 Atrajo para ellos
 la vida para sí:
 la vida-juguete
 la vida-moscardón tornasol
 zumbando en la viruta de otra luz
 y las lisísimas hojas del verano
 soplado en la luz

 sonajero, sonajero
 de un secreto mortal
 que únicamente los niños comprendían.

 Fuiste la risita contraída
 en la recova del caracol

 la risita de los niños del sol
 y otro sol en otros niños mutantes:
 la diferente paternidad pueril
 de lo viviente

 Con ellos, hacías, escribías
 con abrelatas del deseo
 esta vez cada vez más vivir
 y en lo viviente, espacio,
 cada vez más oir
 el secreto de lo vivido

 Oh,
 por tu culpa debí enloquecer
 puesto que vivir
 es sólo presentir
 el deseo.

 los niños no lo saben
 los niños lo presienten
 en su rotunda sensatez de pequeños.

 los gritos, las risitas,
 las carcajadas en el agua porosa
 y el sol en las piedras azucaradas:

 Vos los obligabas a que saltaran la barrera
 donde un señor estaba con su sombrero negro
 y una señora posaba con su sombrilla salitrosa.

 Mujeres, niñas, reinas:
 todas con sus posesiones felices estentóreas.

 ¿Te acordás de los patos arlequinados?
 ¿Te acordás que hundí el dedito meñique en el tintero
 el primer día escolar?
 ¿Y el día que me cagué encima, y corriste alertando
 el aquelarre de las constantinoplas tías?

 ¡Oh madonas de una sombra cuadrada y aciaga!
 [Image][Image](madaminas
 del alba y del azar junto a los niños) Dueñas del
 ocaso cuando las estrellas se preparan en vano, para
 guiñarle el ojo a las gallinas.

 ¿Te acordás de Olga Rapún, los ataques en malón, el
 vidrio en la Yale? ¿La envidia afrontada al miedo
 de jugar?

 el miedo a ser aun más niños, y a la usurpación de
 ellos (sin vos), en una memoria enterrada que yo
 exhumo en tiras, en franjas y en fragmentos para
 vos.

 Ya que con todas tus fuerzas comprendiste su energía,
 la velocidad remota de sus guiños. Gritos y bailes.
 Supiste separarte de lo pequeño perpetuamente un
 momento

 Separándote casi eternamente un momento
 de toda tu muerte en llamas y separando con ellos
 del orgullo reificado de lo grande,
 la contaminación de lo pequeño y
 los pequeños

 los chicos gozaban
 los chicos entraban en la boca del amor,
 la boca del confín de los poderosos donde salta
 la gran dentadura
 de la locura...

 ¿Y aquellos novios en aras de un deseo inicial?

 Todavía impalpables...
 ...invisibles todavías.

 Demasiado correr hacia el extremo de la noche y
 corriendo en tu horroroso silencio hacia
 ningún extremo y en todos,

 Todas las palabras
 se deslizaban allí

 los niños detienen esa escintilación de lo mundano
 en su brevísimo pico de tristeza.

 Saltando sobre la arena tiñen, borran, opacan
 en la luz las formas y los efectos
 Los niños pegados a la gran costa y a la
 dulcísima espuma del Mal.

 Anita dramatizaba el movimiento de una ola
 avanzando y encrespando en su alegría
 una mirada celeste turbulenta.

 Fermín cortaba las olas más altas
 con su pitito.

 .........................................................................................

 Estamos hechos para soportar el estallido
 de la muerte en la infancia: Aún no,
 no termines, no acabes, todavía

 .........................................................................................

 alguien quiso que todo quedara
 al alcance de un pescador orgulloso
 de su trabajo con el agua.

 El silencio,
 el silencio

 el silencio del agua
 cuando es presa
 de los niños

 El agua.

                                                      UN BALCON

 Tomás tiene dos años,
 vive en Buenos Aires
 en un exiguo Dpto. de la calle
 Defensa.

 Cuando llegó al campo
 dijo: "¡balcón, mamá, balcón!"

 El campo como un balcón
 infinito,
 con sus terrones azules y sus pastos
 infinitos,
 con sus perfumes y sabores infinitos
 y los enormes perros, los cañones
 enterrados, las esfinges de piedra
 entre los abedules y la casa de noche
 con su galería encendida,
 su resplandor de arroz en la humedad

 de noche de caza acuática,
 rosada

 Pero llegamos casi al mediodía.
 Los árboles arrojaban de sus copas
 ácidos sagrados:
 la untuosa fragancia de los verdes
 vacíos

 la luz en rayas frases de los gnomos
 silenciosos,
 en los baldíos inesperados,
 en los incendios donde recorren niños
 bajo el crujir del sol
 las cenizas
 que al llegar nos miraban...

 Debería insistir.

 Nos esperaban las flores dispuestas
 en los candelabros de hielo,
 las bolas de nieve siempre
 nunca tan blancas sino ligeramente verdes
 y aplastadas al tapiz donde cruzan un río
 niños chinos
 cotorras y cacatúas petrificadas,
 lavadas en azul, los picos rojos, las crestas
 como moños de niñas embalsamadas

 -¿Puedo fumar? -dijo Alicia
 Y así comenzaron a reir
 los comensales

 Tomás invadía la mesa. Jaime lo mimaba.
 Tomás invadía lentamente las cosas indiferentes
 y las muequeantes salas,
 los retratos,
 del comedor los retratos, las pinturas,
 las piedras bajo la estufa, los preciosos
 vacíos, caracoles, y los ojos de Pupa,
 saltones y verdes como de libélula
 espantada.
 Las voces italianas, francesas, el inglés
 de los huesos de las tentadoras
 comidas, sustancias
 almibaradas

 Arturito comía y comía
 levantando sistemáticamente su ceja casi
 postiza y el rabillo ciliado,
 el cristalino visor camaleónico
 y el ojillo esmerilado

 Sonar, radar del ojo

 Y la nodriza elemental que allí guiñaba

 Arturito sin escribir nada.
 Hundido en los espejos.
 Tendía el puente colgante de una complicidad
 con ibis; pájaros y picos que picoteaban
 el vidrio; el vitral del goce; goce...

 En sobremesa más pequeña, redonda, y sobre
 sillones de mimbre enfundados, chillones,
 Jaime (50 años) se arrojó sobre
 Tomás que se reía. Los rulos de
 la ceniza de oro en la luz y los ojitos
 sombríos: fuertemente iluminados por
 otros ojazos que de adentro salían más locos,
 chorrera de millones, hipnotizados niños,
 celestiales, amarillos, verdes, el mar
 junto a un gato zarco: y las manitas aferradas
 a ese tumulto de falsas imágenes: las mismas
 que leo: las velocísimas cruzadas por umbrales

 y a la risa las manos de Jaime, otra vez,
 "Aquí, aquí" -decía. Le hacía cosquillas en el
 pitito, en las ingles, la pancita...
 "Aquí, aquí" -decía. "Esto es la realidad. Esto
 es la vida. Esto". Y señalaba acariciándole
 la espalda al niñito que reía felicísimo,

 "Está vivo, viviente..." -repitió, corrigió.
 "Todo esto es la realidad" -repitió una vez más
 y ajeno a todo estímulo
 y a toda realidad gimió: "¡Viva!"

 Un frío me recorrió ¿la médula?
 Y me hundí un poquito
 en el crujido de mimbre.
 Tuve un raro pudor ante tanto reconocimiento.
 Una nostalgia muy pueril y pétrea
 me oprimía.

 Y siguió murmurando, para su cabeza y la mía
 (no recuerdo, no ví lo que hacían los otros
 convidados...)
 murmurando entre cortadas tiras un pensamiento
 célibre, agudo, agrio, triste, sutil entre los
 escombros de las palabras que metía,
 y acaso harto triviales para él, que acaso
 todo lo concebía (la apreciación es mía)
 como Belleza: una aristocracia
 de la cultura...

 Nini miraba en Vogue los Rolls Royce japoneses.
 Jaime pudo saltar de pronto, desprenderse,
 y cayó como una brasa en la palma de un ciego:
 "Son japoneses, y uno debería entrar y hacer
 ¡Tac! Y quedar sentado en ellos".

 Las rimas internas, ía, ía
 La pura monotonía de nuestra
 enorme desdicha.
 Enorme desdicha usada como se "usa"
 el cuerpo.

 Jaime y Nini que hablaban
 dándose la espalda, súbitamente pálidos,
 como adultos siameses. Que decían y amaban
 con cascabeles e improntus de otros
 idiomas de otras lenguas, sus chistes,
 lapsus y bacanales, festines desnudos con
 guiños y muchas mímicas y acertijos
 cruzados, rebus,
 donde cortaban pequeñas imágenes
 las brevísimas encantadas, conductas fuga-
 císimas o historiolas de la historiola
 del Arte:

 que leer a Gide o Dostoievsky, aburría
 hoy.
 que una obra alcanza el apogeo de su
 trascendencia en la misma época en que
 "trasciende". No va más allá.

 ¡No estoy de acuerdo! -dijo Nini. Yo ante
 un Donatello... Y me miró guiñando...
 Y Jaime se atrevió a decir: "En todo caso,
 acepto hoy, la vigencia de los arcaísmos."
 "Sos tarada -prosiguió- si te embelesás
 con el Quijote: está escrito en un pésimo
 castellano. No obstante, Shakespeare...

 -dudó-.

 "vengan -dijo-: en mi cuarto tengo todo
 lo más arcaico que amo,
 y todo lo que deseo."

 Atravesamos una biblioteca escarlata:
 los dos escritorios vestidos, de
 brocato escarlata. Cortinados es-
 carlata. Los libros encuadernados
 color escarlata.
 Toda la estética de la pieza se desmoronaba
 ante una chimenea cuasi barroca, de piedra
 peinada, herencia de unos huéspedes
 arquitectos benedictinos.
 -Es horrible -dijo Jaime-. Es del mismo
 autor de San Benito, en Belgrano.

 Los pájaros estrenduosos en el silencio
 nublado de la siesta.
 Nos alejamos con Alicia hacia una porqueriza
 donde gozaban a los gritos dos animales
 pintados o disimulados, los hocicos y los
 flancos erizados de barro.

 Hablábamos con Alicia,
 de los mosquitos, que nos picaban, y en ese
 ardor y sopor, de envenenados, todas las cursile-
 rías de la ética y estética improbables
 de los matrimonios...
 Hacía 4 meses que ambos, por distintos motivos,
 de nuestros amantes nos veíamos separados.
 Tristezas y terrores, asperezas y esperanzas,
 odiosos ojos y dudosas aserciones, acechanzas
 de lo venidero como una epopeya inmóvil
 bajo ámbar del deseo.

 Invasora jerga de nuestra suspendida cháchara
 también inmóvil.

 Y la naturaleza como una alfombra voladora
 detenida: balcón para las cinco mil Hetairas
 que nos amedrentaban con sus vaselinas y
 arpas y ese kool para cuervos en la laguna
 fosca. De agua amarga.

 Pupa -la condesa veneciana
 que se casó con Jaime -me pregunta al servirme
 una presa de pollo: "¿Prefiere negro o blanco?"

 Blanco, dije, estimulado por mi lectura de la
 mañana. Y ella agregó: "Claro, como buen descendiente
 de italianos, gusta el blanco de pollo."
 Señalando la carcaza dorada y crocante
 del resto, Nini exclamó: "Yo amo, fijate,
 el negro". Y añadió mirando fijamente
 el dorado del plato: "¡Parece un transatlántico!"

 El campo no. Ya. El mundo. Océanos.
 Las palomicas no. Ya. Las cigüeñas y las garzas
 plateadas.
 Las calandrias tampoco.
 Los ruiseñores al alba.
 ¿Se despierta, Pupa, entre ruiseñores?
 No sé -dice Jaime-, si todavía quedan. Los he
 escuchado. Preciosos, ¿no?

 Nini con su dulzura habitual nos trae el
 desayuno a la cama.
 Alicia sonríe. Tomás refunfuña.
 Me despierto a las risas.
 Toda Nini invita a una noble y catártica
 carcajada.
 Desde muy temprano comienzan sus trabajos
 con relatos de sueños, piezas de amena
 conversación y ámbitos mágicos, embrujados.
 ¿Sarcasmos?
 Imágenes del placer milenario apenas ella dice:
 ¡Qué placer!

 Secreto triunfo de la risa
 sin que en su aspecto feliz
 nada de ella ridículo nos
 invite a reir.

 La simpatía crece en su boca. Su palabra
 nos envuelve y nos llena de estupor y sorpresa,
 como en el carnaval de antaño la ligera
 serpentina.

 Pero hay una palabra oscura que pasa por sus
 labios y va penetrando como un fruto obsceno
 en nuestra imaginaria boca: c o n g o j a.
 Pero no esta congoja que notamos
 una lentitud extrema en el desplazamiento del sol
 y que el poeta Girri, señalaba como una "cualidad"
 desde el tiempo...

 Pues si de ella aprendí las mil maneras imposibles
 de creer, de "esbozar", de inventar
 para experimentar algo que fuera el modelo
 o el mimo de otras congojas,
 ¿para quién retuve, entonces, la sordina
 de la imaginación?

 Nuestra amistad austera.
 Nuestra congoja agámica.
 El paso veloz sobre las piedras
 de nada parecido al sexo, ni al amor,
 ni al fuego de la irrisoria congoja.
 La urticante y nocturna congoja.
 La deliciosa piel de sabandija que deshace
 los guantes de vivísimos élitros
 en realidad. Y en deseo,

 el paso de Tomás en el balcón de la hojarasca.
 El oído de Minerva (la perra Dogo) y lo que de
 sus pisadas escucha Tomy,
 confundido por la infinita escala de murmullos
 y de alas.

 Y la Señora con su aire de domadora de jirafas.

 ¿Yo escribo en este claustro de muros encalados?

 El cuadro que miro dice: Doménico Theotokopuli:
 El Greco (1547-1614). En el espejo veo mis pies,
 que los mosquitos deformaron: hormas gigantescas
 y máquinas de planchar; esa misma ojiva metálica;
 las variadas y envenenadas

 manos tergiversadas,
 efímeras formas:

 el cuerpo
 el espejo
 El Greco.
 los pies.

 Oigo a Minerva que se arrastra por los pasillos
 hacia otro claustro.
 Alicia tose.
 Nini duerme.

 ¿Sueña Tomás? Las hojas gigantescas
 y los kinotos como turgentes tetillas pintadas,
 mojadas naranjas... Mujeres anaranjadas
 en los superpuestos e impalpables balcones

 El pingüino de yeso que Nini trajo un día
 del pueblo. Enano cabizbajo.

 Tomás lo toca.
 El olor lo sueña.

 El agua cenagosa de la pileta y acaso mi cara
 gorda y barbuda.
 Mi horrible cara gorda y mi
 terca sonrisa o

 Acaso mi sonrisa sin cara pero barbuda,
 suspendida allá en el claqueteo
 de las hojas: Arturo...

 El sátiro hipnotizado por las velocísimas
 hojas
 agitadas y rosigantes

 con sus decibeles
 y sus secretas acústicas

 ¡Oh, monjes y poetas!

 Nini vuela alto, lejos,
 en la escoba de Rauchemberg
 con sus pajas ornamentales.

 Jaime hojea Vogue y se detiene ante
 la contessa Marta Marzzotto, fotografata
 da R.Granata.

 Arturito lee un libro que tomó
 de la biblioteca luciferina: "A la sombra
 de los monasterios tibetanos" -un libro
 de Jean M. Rivière.

 Jaime dormita, ahora, un poco.
 Se sobresalta por la llegada de Tomás.

 En el paseo Nini repitió "embaumée"
 La tierra -el balcón ambomé... con
 todos los estiércoles, con todos los
 osarios de flores. Acacias, jazmines.
 Contó una historia de merengues y otra
 de profiteroles.

 Pupa pasa silenciosa portando en sus
 blanquísimas manos una llavecita y enredadas,
 dos pequeñas copas de cristal ahumado

 Forzado el ideograma de la alegría.

 Forzada la faz silenciosa de la memoria
 en este campo.

 El ánade canta como un ventrílocuo en un
 ejemplar "demasiado estudiado" de
 Liquid Ambar. Todo lo que ellos conocen
 acerca de él se va vidriando en mi resentida
 memoria;
 se va endurenciendo como un dulce que lentamente
 decolora, azucara, envenena.

 Hipóstasis de la perfección
 del campo en su "paz", en su melancolía
 focalizada...

 Pero de pronto yo sé
 que en todo este silencio no estás.
 No están tus movimientos
 secretamente envueltos en la impostura
 de tu papel de caramelos

 Y no sabemos por el sol
 ni por el follaje plateado
 en los árboles, donde tu risita
 se expande y envejece y donde
 despierta unánime tu alegría colmándome,

 donde tus manos en la cabeza del amigo
 celebran los trabajos y el amor como
 los días sus noches
 el campo.

 donde la obligación con sus destrezas
 parte de mí y te ocupa:
 último secreto de la luz en la tarde
 y último parte del secreto

 en mí
 sepultándote.

 Olvido, pero intermitente.

 De pronto tu mirada se enciende para mí
 iluminando cada hoja de cada rama,
 cada corteza de cada ramaje vacilante:
 los árboles: los claros ínfimos donde
 se abalanzan a besos las palomas

 la mirada extraviada en el vapor
 de los árboles celeste; celeste;
 desconociendo para mí y
 desconociendo todo en mí
 para este campo

 Una nueva manera de amarnos
 arrojados por todos los convidados
 incluido yo,
 en el secreto que ya no nos escucha

 que ya no retrocede
 que ya no hiere

 ¿Más?

                                              EL POTLATCH DE LAS SIESTAS

 Un coloquio remoto se hundía en la exageración

 (miniatura de una incertidumbre
 que lo amparaba): Algo querrá ahorrarnos
 siempre, la pena de la escritura

 El campo.
 Todas sus cruzadas de comadronas
 invisibles.
 La arena de oro el sentido y del sentido,

 madres desaparecidas. Vuelvo a una patria
 de terrores pueriles y asaltos
 a la pequeña oscurecida urbe
 de la memoria: Oh, tristeza

 Me has enfrentado al lujo insoportable
 de mi desnudez.

 Aquí está el mapa de lo reído y de lo
 por reir.
 Los lugares que deslizan su ritmo reificado
 en lo alarmante:

 El tiempo
 que contrae
 el abismo
 de los niños.

 Hay que enfermarse.
 Hay que enloquecer.

 "Hay tres minas jugando
 al Ludo, podés creer?"
 -dijo Mariano.
 "Parece que juegan y
 cuando las mirás fijamente
 desaparece el tablero".

 "Estás en pedo -dijo Julio.
 "Más borracho que ellas".

 Busca el agravio de la alucinación
 compuesta (se despereza en estos
 campos)

 Sus patios para dar mis vueltas.

 Sus sótanos para retocar heroicamente
 los homenajes al cuadrado.

 El campo.

 Unas cartografías silbadoras. Colores
 repetidos en los timbres, oh, monjes:

 Vosotros que de la plegaria hicisteis
 una partitura, un mapa para el acting
 de escoger de la luz la calentita sombra
 quejumbrosa.

 Vosotros,
 para quienes el mal y el bien
 son el paisaje: el paseo más puro
 de la contemplación

 Estamos en Indio Rico,
 a escasos kilómetros de Pringles y
 es la industria de los noveleros,
 con sus flechas de macizo oro y sus
 boleadoras de pepitas áureas forradas
 de billetes de cuero...
 Estas son dunas, dunas mínimal, y
 estas son napas con láminas de mica
 traspapeladas.

 Ahora estoy en Pringles,
 en la azotea de mi casa donde soy Vatek,
 con mis astronomías lanares y gozo,
 como también de día gozo, tendiendo
 desnudo la ropa: paso por el silencio
 costumbres que el almuédano corta
 al llamar a la Meca: duda, por todas
 sus geometrías secretas donde la luna
 entierra unas cerezas frías...

 Hijo,
 y padre.
 Pero con un juego limpio
 bajo la nariz ganchuda: el amor,
 el equilibrio tumultuoso del "galpón"
 donde unos tumultuosos quemaban los
 juguetes y el trigo.

 Malones.
 Malones señores pintados con su crueldad
 que cunde como el fuego del deseo
 en la pampa.

 Pero hay el barullo de lo pequeño, aún,
 cruzando el cielo matizado sobre
 cardos y escobas albinas y estolas plateadas.
 El brillo del panadero, erizo suavísimo
 con su relámpago tieso de madrugada,

 y también el llanto,
 el llanto ameno del siringo, angustiante,
 y prolongado...

 Estímulo de la secreta alegría de la sensación
 de simular tantos discursos y prometer más
 mímicas,
 más mordeduras.

 Algo que quiere ahorrarnos
 la pena de la escritura: No hace mucho le
 dije a Emeterio: No he fundado ningún sistema
 nuevo de lectura; nada original: ni siquiera,
 volverme imperceptible... ahora enmascararnos
 los brazos, las manos... (No dijo nada y después
 pensando que iba al mar con los chicos dijo:
 "Comprate una sombrilla, es algo que puede
 durarte años").

 Genet sabe que el goce le es negado por
 principio -dijo Sartre.

 ¿Yo busco el agravio de la muerte?
 No; enumero el sentido de una desaparición
 escrupulosa:

 el arco iris no.
 los niños no.
 un amor no.
 un cuerpo que al pasar
 deja que el deseo nómade se precipite en él
 como una nevisca incandescente,
 como una lluvia
 fulminante. No.

 una idea célibe no. viuda no.

 una frase fastuosa que aparece
 en la mitad de un ingenuo
 momento,
 de una ingenua desaparición

 Del campo. No.
 Del fauno o silvano que aflojó los cordones
 soltó los ojos en los manojos de doradas
 espigas. No.

 Un sileno no.
 Un coribante con su falo serruchado
 en la mano,
 bailando y restallando de dolor,
 bailando y restallando. No.

 Genet sabe que el goce
 le es negado por principio:
 Natachita me trajo su libro de cuentos
 y Natacha, la madre, leyó en ruso.
 Un cuento que no entendí, pero que
 disfruté bestialmente
 como una bestia que se sale de su ajustada
 maya.
 Natachita me miraba.
 Liliana agachó la cabeza y alzó, imperceptiblemente,
 los difíciles hombros: Ella también escuchaba...

 Natacha cantaba, en realidad, ese cuento
 maravilloso. Cuando terminó, alguien dijo: "¡Qué lindo!"
 Natacha se apresuró a explicarnos que era un cuento
 que le leían asiduamente a Pushkin.

 Me despedí de todos ellos, como siempre,
 besando a cada niño: coronando con un acto de
 malsana estupidez aquella estupenda "lección"
 de poesía.

                                      LA MAÑANA
                                                  a Chiquita Gramajo

 Todo lo que deshaces en lo que oyes
 te escucha: el aleteo de dormir...
 Más que vivir el aleteo prohibido,
 el escándalo disipado de un sueño:

 Las voces,
 los rostros borrados. Las bocas como esferas
 y los ocultos ritmos, enterrados pasos
 súbitos de un huésped auspicioso:

 La noche en la casa vacía.
 El sapo que en el umbral espera
 el duro beso de la esponjosa luna.

 El brazo cortado en lo lejano.
 la mano que se hunde
 en la cabeza que se va a despertar:
 "colmame conociendo tu muerte,
 enfrentame a tu infinita reducción".

 Pero desnudo, de pie, bajo la ducha,
 más ácido el rocío en las flotas de
 la mañana;
 desnudo, bajo la mueca imprecisa
 de un gorjeo prolongado y la visita,
 en la jactancia de la luz en la penumbra

 ya es toda la mañana
 ya es toda la repetición bulliciosa
 de la colmada mirada enamorada
 no contenida en la erudición de los
 saberes, la obra, el creer conocer
 y su "conciencia culpable".

 Hay que conocer esta muerte.

 Se amplía y se reduce
 su infinito deseo: es el deseo
 de la obra y la pequeña diferencia
 de su duradera dureza...

 Es la simulación de la amordazable
 libertad, que nos impone como
 en dos sueños sospechosos,
 un breve y confuso reconocimiento
 del caos: la mañana.

 El déjà vu es la muerte,
 una escena oscura recortada de sus
 danzas; un cascabel que agita
 para el halcón jactancioso,
 una alarma obscena y brevísima
 durante el pacto de mirar.

 La muerte que sólo escucha y
 desechando. Deshecha continuamente,
 en lo que oye, en lo que escucha...
 la muerte con sus jugueterías y
 sus gatos.

 Dijiste: "debo permanecer siempre
 pequeña."

 Más que el sueño:
 nos impone a los bostezos el vacío,

 La breve lluvia que nos abre una acacia.
 Los duros hexámetros envarados por el sueño.

 La pesadilla de la bruma recortada, donde
 aparecen las miedosas geometrías de la sombra.
 Los bailes y las máscaras de un finísimo
 "óleo": la mañana.

 Alguien declina el nombre de su gato y el
 nombre del felino se encarama a la sombra.
 ¿Me despierto? ¿Tratas de despertarme con
 un puñado de sílabas de cuatro hojas?

 Alguien despliega en esta misma mesa donde
 escribo,
 un mantel crocante en la luz y los intactos,
 pegajosos pliegues.
 Y apoya una taza, un plato, una servilleta
 de papel sobre las pequeñísimas,
 pintadas flores.

 ¿Se inicia
 la mañana?

 ¿O ella nos va desocultando otra vez
 lo que para nosotros recomienza?

 Los pequeños d'annunzzios,
 brevísimos en su aparición,

 en las veladas luces y vuelcos
 de las vestidas de papel.

 Desnudo bajo la ducha,
 desnudo en el hilo que sostiene
 las encantadas imágenes.

 Desnudo en la única sucesión
 presentida,
 casi dolorosa. La insistencia
 desgarradora de insolubles aspersiones
 del deseo:

 desnudo
 y la mañana del verano frotándome.
 Un gato viene a caer sobre mi pecho
 como una lluvia de azúcar dorado,
 impalpable.

 Desnudo y para mirar
 si "estableciera" desde afuera
 otros vínculos.

 Empapado de rocío avanza
 en otra fiesta que no me excluye.
 Los pliegues del agua en la piel,

 la luz despertándose en las cribillas
 del papel: gozo, solamente

 el sonido puro que rapta al deseo.

 Y yo iré,
 con la lengua quemada por la lluvia
 del sol: el vaivén del disco de carbón
 de la comadre cocinera,
 y yo también alejándome
 a mil años luz
 si este día me "retuviera".

 Entorna los postigos para protegerme
 de un resplandor naranja y dice,
 murmura,
 "ya está";
 el tazón de leche perfumada con el
 pintado café.

 El gusto de la leche, el café.
 Esfuerzo de reconocer los dos sabores
 unidos para el sabor de la mañana.
 La manteca fría y su rocío en la espiral,
 el caracol con que la enervan bajo el
 metal de unas grasosas formas.
 El cuchillo apoyado en el frasco de miel
 marcando con su resplandor sombrío
 la distancia al primer parpadeo
 ese "hoy".

 Conoce tu muerte el agua,
 el macareo del azúcar:
 el cuerpo desnudo pasando por la voz
 de mi lengua:

 "Mientras escribo, todo se desvanece
 menos lo que contemplo."

 El que pasó por él traga la leche
 y los sabores desconcertados.
 Tendrás tu cuerpo colmado
 por sus veloces huellas de pasante:

 te busco y no estás,
 oigo tu voz detrás de la bruma
 bajo la mujercita de los pájaros:
 "ser pequeña, quiero".

 huésped de la mañana
 (todavía secreta para mí) y
 huésped desnudo
 acribillado de certeza:

 contemplo.
 Escucho el molinillo de chocolate
 del deseo,
 y esa repetición en su nombre nombrado

 ¿dónde está?

 El campo.

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