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La desesperación es la tristeza que nace de una cosa futura
o pasada con respecto a la cual no hay más razón de dudar.
Spinoza, Etica, libro 3, XV, definiciones
Me pregunto
Definitivamente este es mi rostro de hoy. Ojeras
marcadas, pelo desparejo; los labios hinchados. Nada más. Me
pregunto, porque puedo hacerlo, cómo será tu rostro de hoy;
mientras tu corazón late al revés, hace ya cuatro años bajo la
tierra.
Sin llaves y a oscuras
Era uno de esos días en que todo sale bien. Había limpiado la
casa y escrito dos o tres poemas que me gustaban. No pedía más.
Entonces salí al pasillo para tirar la basura y detrás de mí,
por una correntada, la puerta se cerró. Quedé sin llaves y a
oscuras sintiendo las voces de mis vecinos a través de sus
puertas. Es transitorio, me dije; pero así también podría ser la
muerte: un pasillo oscuro, una puerta cerrada con la llave adentro
la basura en la mano.
Una oportunidad
Caminás con las
manos en los bolsillos, por la rambla, rodeando el mar. Te acordás
de otro tiempo, aquí mismo, estabas enfermo de la cabeza y no
podías sostenerte de pie, con elegancia. Sin embargo, pudiste
salir. Hubo una oportunidad en aquella época. Ahora mirás el mar,
pero no decís nada. Ya se han dicho muchas cosas sobre ese montón
de agua.
Me detengo frente a la barrera
Me detengo frente a la barrera. Es una noche clara y
la luna se refleja en los rieles. Apago las luces del auto. Está
bien, pienso, es bueno que nos demos un tiempo. Pero no comprendo
nuestra relación; no sirvo para eso. ¿Acaso serviría de algo? Tu
padre está enfermo y mi madre está muerta; pero igual podría ir y
tirarme encima tuyo como todas estas noches. Eso es lo que sé.
Ahora la tierra vibra y un tren oscuro lleva gente desconocida
como nosotros.
Alarma
Durante la noche
suena la alarma de una fábrica cercana a mi casa. Mientras
fumo, me pregunto si será un error, un robo o algo exclusivo.
Poema social
Aprovechando el
sol en este invierno crudo, los obreros de la fábrica, en su hora de
descanso, formaron una hilera de cascos amarillos en la vereda de
enfrente. Si no fuera por el rubio, que se rasca la cabeza,
parecerían una fila de lápices del mismo color.
A mitad de la noche
Me levanto a
mitad de la noche con mucha sed. Mi viejo duerme, mis hermanos
duermen. Estoy desnudo en el medio del patio y tengo la sensación
de que las cosas no me reconocen. Parece que detrás de mí nada hubiese
concluido. Pero estoy otra vez en el lugar donde nací. El viaje
del Salmón en una época dura. Pienso esto y abro la heladera:
un poco de luz desde las cosas que se mantienen frías.
El moscardón
Un pequeño
kamikaze golpea la ventana tratando de entrar. Posiblemente el
frío matinal lo despertó de la juerga calurosa de la noche
-nosotros mismos tuvimos que cerrar las ventanas y correr a
taparnos por el temporal- y ahora (un poco más punk que el
albatros de Baudelaire) renuncia, aturdido, a su inasible
elegancia.
Improvisados
Estamos
abrazados en una cama improvisada en el piso. Tus ojos están cerrados;
pero no sé si dormís. Este es tu cuarto de soltera, un lugar
agradable, neutral. Por la ventana suben los ruidos de un día que
empieza a moverse. La ropa permanece arrugada, a un costado
ignorando la farsa de dar y recibir.
Una oscuridad esencial
Hay
una oscuridad esencial en esta calle. Un único farol ilumina el
contorno y árboles domesticados, altísimos, producen una música de
acuerdo al viento. Miro a mi perro, una conciencia a ras del piso
que hurga y mea en la tierra y pienso en mí, hundido en el
lenguaje, sin oportunidad, sosteniendo una correa que denota lo
que fue necesario para estar unidos.
Después de largo viaje
Me siento en el balcón a mirar la noche. Mi madre me decía que
no valía la pena estar abatido. Movete, hacé algo, me gritaba.
Pero yo nunca fui muy dotado para ser feliz. Mi madre y yo éramos
diferentes y jamás llegamos a comprendernos. Sin embargo, hay algo
que quisiera contar: a veces, cuando la extraño mucho, abro el
ropero donde están sus vestidos y como si llegara a un lugar
después de largo viaje me meto adentro. Parece absurdo: pero a
oscuras y con ese olor tengo la certeza de que nada nos separa.
Bruno
Las plantas reverdecen soportando la violencia del verano.
Tomás la regadera, el torso al desnudo en el sol; tus ojos que se
fijan en un cielo límpido y el viaje que termina.
Todo
está como lo dejaste: el barco en una mañana brumosa, un hotel
frío instalado en otro idioma y esta casa, donde posaste el radio
de tu imaginación, y crecí en él.
Un plástico transparente
Abrí la puerta y te estabas bañando. Los vidrios empañados, el
ruido del agua detrás de las cortinas, las cosas esenciales
instaladas fuera de la razón. Me llamaste, acercaste la cara y
nos besamos a través del plástico transparente: fue un instante.
Las parejas y las revistas literarias duran casi siempre dos
números. Sin embargo, de a poco, le fuimos ganado terreno al río:
días interminables en los que el caos tomaba tu forma para
envolverme mejor.
Paisaje
En las noches de calor alguien invisible parece cortarse
las uñas bajo el cono de luz.
El tac-tac insistente de los
bichitos verdes que al merodear la lámpara golpean el armazón del
velador.
Comics
Durante mi luna de miel con la droga Caronte me llevaba de
paseo en un taxi fino y rojo. Yo nunca bajaba las ventanas ni
permitía que me pidieran dinero en los semáforos. Después, todo
pasó. De ese tiempo me queda un beso frío en el hígado y
cierta arqueología en la paranoia.
Hacia afuera
Pienso en toda la gente que a esta hora mira televisión.
Una lluvia finísima cae en la calle y emerge desde el suelo
un silencio precario. De la ventana hacia afuera los límites
de mi lenguaje crearon un mundo que ya no me interesa. El
pavimento mojado refleja las luces de los autos: rojos, verdes y
amarillos moviéndose.
No estoy en bata comiendo naranjas al sol
Por la mañana miro mi cara en el espejo del baño.
Hasta hace un rato, resucitada, mi madre atravesaba un campo
con su bata roja. Pero ahora estoy despierto: finalmente, todo
es natural. Abro la canilla y me inclino para lavarme. Siento
el ruido del agua contra el vientre de la pileta -pelos muertos
en el mármol blanco-.
La partitura
Puestos con ropas, golosinas, cámaras fotográficas,
zapatos baratos, anteojos de sol, etc. Y más: personas esperando
colectivos que parten hacia lugares determinados; trenes repletos
que fuera de horario ya no pueden representar el progreso. El
cielo, cubierto de humo, vale menos que la tierra. Es definitivo,
acá la naturaleza bajó los brazos o está firmemente domesticada en
los canteros.
El calor
A través de la ventana una luz blanca, intensa, se posa
sobre la mesa de madera. Leo a Robert Lowell en inglés y comparo
las versiones de Girri. De a ratos, levanto la vista hacia los
edificios grises con ropas colgadas en sus balcones y ventanas a
medio abrir -como una cigarra en el calor el torno de una obra
y la letanía de los martillazos que se expanden en la inmovilidad
del verano-. De Lowell, nada quiero decir; pero de Girri...
¡ah Caronte, tardarás en comprender al pasajero que te llevas!
Música
Mi tía concilia el sueño a los ochenta años escuchando viejas
canciones en su radio portátil. En su pieza, en lo oscuro, el éter
se ha transformado en algo vital. Supongo que estas cosas pasan y
me pasarán también a mí. Sobre el final de la vida la única música
que existe está fuera de nosotros.
Una canción que no recordás
Acelerás despacio, el aire en la cara te reconforta. A tu
derecha, una heladera de coca cola ilumina la estación de servicio.
Un colectivo, amarillo, cruza lentamente la calle. En la
radio, los Beatles cantan una canción que no recordás; una
cucaracha flotaba en el café cuando vaciaste la cafetera. Doblás y
tomás por una calle oscura, el empedrado te sacude un poco y el
ruido liso que te acompañaba es ahora un leve repiqueteo. ¿Qué es
lo que hace que una vida funcione y avance? Alguien, unos metros
delante tuyo, hace señas para que te detengas.
Mientras me lavo la cara
Darío, parado, grita y gesticula. Bajo una frazada marrón
Daniel se ríe y habla de sus novias. Están borrachos y los que
gritan en la cocina, como diputados, también. Mi vieja,
resucitada, golpea las ventanas, pidiendo entrar.
Al amanecer,
bajo una claridad despiadada; cigarrillos, libros desperdigados,
platos con comida. Camino, despacio, hasta el baño; sé que la
desgracia está sobre nosotros, no ahora, tampoco el año próximo,
todavía somos jóvenes, pero eso se pierde enseguida. No
tenemos nada, pienso, mientras me lavo la cara, ni un oficio, ni
una herencia, ni una casa de sólida piedra.
Desierto
Manejé durante la noche hasta agotar la nafta. Apagué las
luces del auto, cerré las puertas y caminé sin rumbo fuera de
la ciudad. Pasé cuarenta días en el desierto tentado por el
diablo. Volví, no me siento ni bien ni mal y esto debe tomarse
al pie de la letra.
Pogo
To Julia, in memoriam
Señor, le escribo para decirle
Señor, le escribo para decirle que he vuelto, esta
mañana, a leer sus versos. Mi sed está saciada y me siento
iluminado. No sé cómo pude negarlo tres veces, practicar la
escritura automática y unirme a la crueldad de la multitud.
La esgrima tonta de los días se había apoderado de mí.
Perdóneme, recíbame.
Tras cabalgar días enteros
Tras cabalgar días enteros nos pusimos a un tiro de piedra de
la ciudad. Estaba donde pensábamos. No se habían equivocado los
oráculos ni los mapas. Luminosa, en la noche, se veía desde el
alto campamento. "Ven aquí -me dijo Atila-, mañana conducirás la
columna que iniciará la invasión" (la traducción es mía). Después
se marchó. Bebimos y bailamos como era costumbre, y nos retiramos
a dormir en carpas improvisadas.
Todos los poetas son mortales
Como un homenaje a la tautología, Wilcock muere de un infarto
mientras lee un libro sobre el corazón, Montale se queda dormido y
Eliot, muy débil, se colorea la cara y negocia con Dios. Pero,
¿cómo? ¿El viejo Wally escribía poesía?
Esperando que la aspirina
Esperando que la aspirina empiece a trabajar, que acomode los
cuartos, que revuelva el café y que traiga a mi madre, fresca a
esta tarde de agosto hojeo revistas estúpidas, escucho discos viejos
me pregunto en qué momento los dinosaurios sintieron que algo
andaba mal.
Aunt
La ciudad aluvional a la que llegan viejos de todas partes,
olor a pelo quemado, aparatos para respirar. ¡La música del
ocaso en discos compactos y cassettes!
"Cuando eras chico
yo te sacaba desnudo a pasear".
Ahora presenciamos el triunfo
del tiempo, subimos escaleras de mármol y ya no estamos seguros de
ser el centro del mundo sino inquilinos de un barrio periférico:
"tengo miedo, no quiero dormir acá".
El doctor aparece,
impasible su pelo negro brilloso peinado hacia atrás, masticando
chicle y tomándote el pulso. La vida, a veces, tiene un humor de
mierda. Y dice: "podrías salir un momento que voy a revisarla".
Cuatro paredes, un botiquín y tu cuerpo presocrático sobre la
camilla se cierran tras la hoja de la puerta.
Tratando de sepultar
Tratando de sepultar la narración de nuestros padres se va
la adolescencia. Después pagamos para que la recopilen y nos digan
que podemos ser mejores. ¿Por qué sueño con perros? ¿Por qué me
aburren las tardes y no puedo hablar con mis amigos? Mientras
tanto, la mujer cocina y el marido se masturba en el baño. La
dicha se engendra en el corazón de lo trivial y a veces alguien
muere, a oscuras, en un cine.
Pound´s station
Cuerpos elevados por el lento mecanismo de la escalera del
subte. Abrigos, guantes y bufandas; rostros duros que no parecen
venir de la confortable luz de los vagones sino del círculo donde
Ugolino come.
Despertarte
Despertarte a mitad de la noche y ver en el otro lado de tu
cama a tu mujer llorando es una experiencia importante. Quiere
decir, entre otras cosas, que mientras paseabas por los cuartos
iluminados de tu cerebro algo se estaba gestando cerca tuyo.
Un error con el cual mantenés una particular relación de
intimidad. Porque aunque no firmemos nada, ni corramos apurados
bajo la lluvia de arroz pensamos que es para toda la vida y así
seguimos. Botes, que durante la noche, quedan amarrados al muelle,
golpeándose entre sí, según el viento.
Cancha Rayada
Caminamos, con mi viejo, por la playa de estacionamiento. Es
un día de calor sofocante y en el asfalto recalentado vemos la
sombra de un pájaro negro que vuela en círculos, como satélite de
nuestra desgracia. Una multitud victoriosa, a nuestras espaldas,
ruge todavía en la cancha. Acabamos de perder el campeonato.
La cabina del auto es un horno a leña; los asientos queman y el
sol que pega en el vidrio, enceguece. Pero no importa, como dos
bonzos dispuestos a inmolarse, nos sentamos y enciendo el motor:
Fabián Casas y su padre van en coche al muere.
Henry V arenga a sus soldados
Canta, oh Diosa, aquella larga marcha que nos dejó un
tendal de muertos en la periferia de la compasión y el coraje.
Soldados amargos y duros caían en el barro y eran heraldos negros
los días y las noches. Canta entonces cuando nuestro señor,
montado en su corcel -con ropas de días que no quiso cambiar, por
un extraño augurio- pronunció estas aladas palabras: "Señores,
ha llegado la hora de demostrar cuánto valemos. A quien no tenga
ánimos para esta lucha, se lo deje marchar: no queremos caer en
compañía de cobardes. Que se queden los valientes, -galgos que
tiran de la correa ansiosos por el combate- los que serán ejemplo
para hombres de sangre más vulgar. Todos, en nuestra patria,
envidiarán no haber estado aquí. ¿Por qué, entonces, habría de
temer al enemigo? Ni el azar, ni el cansancio podrán con nosotros
¡Hijos de los vientos!
Y una vez concluidas tan hermosas
palabras, un estallido de júbilo sacudió al bosque y nos juramos
acabar con 21 años de estéril escolástica. Quedó escrito:
"Presos de un furor demencial los hombres de Henry V
entraron a la Pequeña Chicago y arrasaron con todo".
Pogo
Sentados los cuatro, frente a platos calientes, necesitamos
avanzar. ¿ Es esto lo que quería decir? El balcón, a tus espaldas
da sobre un corazón de manzana donde la luna ilumina techos y
cables. Sacudida por el viento, la ropa colgada produce aplausos
secos para nadie.
¡Los pensamientos brotan de mi cabeza
como el sudor!
Bajo el cálido cono de luz, el brillo de
los cubiertos y el tintinear de vasos y botellas cometimos la
estupidez de recurrir al mito para ordenar el mundo.
"Lo único
que podemos hacer -dice él- es superar a nuestros padres". Y yo
digo "Sí, sí" y mastico un pedazo de carne seca.
Nos ponemos
tensos. ¿Y ella? Devorada por el perro de la maternidad ya no
puede articular palabra. Deberíamos irnos, pero no podemos.
Pienso en la rutina de los parques, los besos, los paseos al
aire libre, la oscuridad del cuarto en el que mis viejos se
convirtieron en hermanos.
Los días se apilaron entre algodones
como pastillas en un frasco. ¿Nos van a venir a visitar más
seguido? ¿La pasaron bien? ¿No te molestó que te dijera esas
cosas? "No", digo. El violín finísimo de un mosquito orbita mi
cabeza. ¿Cómo pudo escapar del invierno? ¿Cómo podremos alguna vez
escapar de este cuadro?
Distribuimos nuestro tiempo entre
el miedo a la muerte y el miedo a los demás; la gramática
incomprensible de una reunión de amigos.
Pongámonos los sacos,
saludémonos, deseémonos suerte y salgamos a la calle bajo el
abrigo confortable de la psicología.
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