FOGWILL

Fabian Casas
EL SALMÓN


Para el nenito pelado

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La desesperación es la tristeza que nace de una cosa futura o
pasada con respecto a la cual no hay más razón de dudar.

Spinoza, Etica, libro 3, XV, definiciones


Me pregunto


Definitivamente este es mi rostro de hoy.
Ojeras marcadas, pelo desparejo;
los labios hinchados. Nada más.
Me pregunto, porque puedo hacerlo,
cómo será tu rostro de hoy;
mientras tu corazón late al revés,
hace ya cuatro años
bajo la tierra.





Sin llaves y a oscuras


Era uno de esos días en que todo sale bien.
Había limpiado la casa y escrito
dos o tres poemas que me gustaban.
No pedía más.

Entonces salí al pasillo para tirar la basura
y detrás de mí, por una correntada,
la puerta se cerró.
Quedé sin llaves y a oscuras
sintiendo las voces de mis vecinos
a través de sus puertas.
Es transitorio, me dije;
pero así también podría ser la muerte:
un pasillo oscuro,
una puerta cerrada con la llave adentro
la basura en la mano.


Una oportunidad

Caminás con las manos en los bolsillos,
por la rambla, rodeando el mar.
Te acordás de otro tiempo, aquí mismo,
estabas enfermo de la cabeza
y no podías sostenerte de pie,
con elegancia. Sin embargo,
pudiste salir.
Hubo una oportunidad en aquella época.
Ahora mirás el mar, pero no decís nada.
Ya se han dicho muchas cosas
sobre ese montón de agua.


Me detengo frente a la barrera

Me detengo frente a la barrera.
Es una noche clara y la luna se refleja
en los rieles. Apago las luces del auto.
Está bien, pienso, es bueno que nos demos un tiempo.
Pero no comprendo nuestra relación;
no sirvo para eso. ¿Acaso serviría de algo?
Tu padre está enfermo y mi madre está muerta;
pero igual podría ir y tirarme encima tuyo
como todas estas noches. Eso es lo que sé.
Ahora la tierra vibra y un tren oscuro
lleva gente desconocida como nosotros.


Alarma

Durante la noche
suena la alarma de una fábrica
cercana a mi casa.
Mientras fumo,
me pregunto si será un error,
un robo
o algo exclusivo.



Poema social

Aprovechando el sol en este invierno crudo,
los obreros de la fábrica, en su hora de descanso,
formaron una hilera de cascos amarillos
en la vereda de enfrente.
Si no fuera por el rubio, que se rasca la cabeza,
parecerían una fila de lápices
del mismo color.


A mitad de la noche

Me levanto a mitad de la noche con mucha sed.
Mi viejo duerme, mis hermanos duermen.
Estoy desnudo en el medio del patio
y tengo la sensación de que las cosas no me reconocen.
Parece que detrás de mí nada hubiese concluido.
Pero estoy otra vez en el lugar donde nací.
El viaje del Salmón
en una época dura.
Pienso esto y abro la heladera:
un poco de luz desde las cosas
que se mantienen frías.


El moscardón

Un pequeño kamikaze
golpea la ventana tratando de entrar.
Posiblemente el frío matinal
lo despertó de la juerga calurosa
de la noche -nosotros mismos
tuvimos que cerrar las ventanas
y correr a taparnos por el temporal-
y ahora (un poco más punk
que el albatros de Baudelaire)
renuncia, aturdido,
a su inasible elegancia.


Improvisados

Estamos abrazados en una cama improvisada en el piso.
Tus ojos están cerrados; pero no sé si dormís.
Este es tu cuarto de soltera,
un lugar agradable, neutral.
Por la ventana suben los ruidos
de un día que empieza a moverse.
La ropa permanece arrugada, a un costado
ignorando la farsa de dar y recibir.


Una oscuridad esencial

Hay una oscuridad esencial en esta calle.
Un único farol ilumina el contorno
y árboles domesticados, altísimos,
producen una música de acuerdo al viento.
Miro a mi perro,
una conciencia a ras del piso
que hurga y mea en la tierra
y pienso en mí, hundido
en el lenguaje, sin oportunidad,
sosteniendo una correa que denota
lo que fue necesario para estar unidos.


Después de largo viaje


Me siento en el balcón a mirar la noche.
Mi madre me decía que no valía la pena
estar abatido.
Movete, hacé algo, me gritaba.
Pero yo nunca fui muy dotado para ser feliz.
Mi madre y yo éramos diferentes
y jamás llegamos a comprendernos.
Sin embargo, hay algo que quisiera contar:
a veces, cuando la extraño mucho,
abro el ropero donde están sus vestidos
y como si llegara a un lugar
después de largo viaje
me meto adentro.
Parece absurdo: pero a oscuras y con ese olor
tengo la certeza de que nada nos separa.


Bruno


Las plantas reverdecen
soportando la violencia del verano.
Tomás la regadera, el torso al desnudo
en el sol; tus ojos que se fijan
en un cielo límpido
y el viaje que termina.

Todo está como lo dejaste:
el barco en una mañana brumosa,
un hotel frío instalado en otro idioma
y esta casa, donde posaste el radio
de tu imaginación, y crecí en él.


Un plástico transparente


Abrí la puerta y te estabas bañando.
Los vidrios empañados, el ruido del agua
detrás de las cortinas,
las cosas esenciales instaladas
fuera de la razón.
Me llamaste, acercaste la cara
y nos besamos a través del plástico
transparente: fue un instante.
Las parejas y las revistas literarias
duran casi siempre dos números.
Sin embargo, de a poco,
le fuimos ganado terreno al río:
días interminables en los que el caos
tomaba tu forma para envolverme mejor.


Paisaje


En las noches de calor
alguien invisible parece
cortarse las uñas
bajo el cono de luz.

El tac-tac insistente
de los bichitos verdes
que al merodear la lámpara
golpean el armazón del velador.


Comics


Durante mi luna de miel
con la droga
Caronte me llevaba de paseo
en un taxi fino y rojo.
Yo nunca bajaba las ventanas
ni permitía que me pidieran dinero
en los semáforos.
Después, todo pasó.
De ese tiempo me queda
un beso frío en el hígado
y cierta arqueología
en la paranoia.


Hacia afuera


Pienso en toda la gente
que a esta hora mira televisión.
Una lluvia finísima
cae en la calle
y emerge desde el suelo
un silencio precario.
De la ventana hacia afuera
los límites de mi lenguaje
crearon un mundo
que ya no me interesa.
El pavimento mojado
refleja las luces de los autos:
rojos, verdes y amarillos
moviéndose.



No estoy en bata comiendo naranjas al sol


Por la mañana
miro mi cara
en el espejo del baño.
Hasta hace un rato,
resucitada,
mi madre atravesaba un campo
con su bata roja.
Pero ahora estoy despierto:
finalmente, todo es natural.
Abro la canilla
y me inclino para lavarme.
Siento el ruido del agua
contra el vientre de la pileta
-pelos muertos
en el mármol blanco-.


La partitura


Puestos con ropas,
golosinas, cámaras fotográficas,
zapatos baratos, anteojos de sol, etc.
Y más: personas esperando colectivos
que parten hacia lugares determinados;
trenes repletos que fuera de horario
ya no pueden representar el progreso.
El cielo, cubierto de humo,
vale menos que la tierra.
Es definitivo,
acá la naturaleza bajó los brazos
o está firmemente domesticada en los canteros.


El calor


A través de la ventana
una luz blanca, intensa,
se posa sobre la mesa de madera.
Leo a Robert Lowell en inglés
y comparo las versiones de Girri.
De a ratos, levanto la vista
hacia los edificios grises
con ropas colgadas en sus balcones
y ventanas a medio abrir
-como una cigarra en el calor
el torno de una obra
y la letanía de los martillazos
que se expanden en la inmovilidad
del verano-.
De Lowell, nada quiero decir;
pero de Girri... ¡ah Caronte,
tardarás en comprender
al pasajero que te llevas!


Música


Mi tía concilia el sueño a los ochenta años
escuchando viejas canciones en su radio portátil.
En su pieza, en lo oscuro,
el éter se ha transformado en algo vital.
Supongo que estas cosas pasan
y me pasarán también a mí.
Sobre el final de la vida
la única música que existe
está fuera de nosotros.


Una canción que no recordás


Acelerás despacio,
el aire en la cara te reconforta.
A tu derecha, una heladera de coca cola
ilumina la estación de servicio.
Un colectivo, amarillo,
cruza lentamente la calle.
En la radio, los Beatles
cantan una canción que no recordás;
una cucaracha flotaba en el café
cuando vaciaste la cafetera.
Doblás y tomás por una calle oscura,
el empedrado te sacude un poco
y el ruido liso que te acompañaba
es ahora un leve repiqueteo.
¿Qué es lo que hace
que una vida funcione y avance?
Alguien, unos metros delante tuyo,
hace señas para que te detengas.


Mientras me lavo la cara


Darío, parado, grita y gesticula.
Bajo una frazada marrón
Daniel se ríe y habla de sus novias.
Están borrachos y los que gritan en la cocina,
como diputados, también.
Mi vieja, resucitada,
golpea las ventanas, pidiendo entrar.

Al amanecer, bajo una claridad despiadada;
cigarrillos, libros desperdigados,
platos con comida.
Camino, despacio, hasta el baño;
sé que la desgracia está sobre nosotros,
no ahora, tampoco el año próximo,
todavía somos jóvenes, pero eso
se pierde enseguida.
No tenemos nada, pienso,
mientras me lavo la cara,
ni un oficio, ni una herencia,
ni una casa de sólida piedra.


Desierto


Manejé durante la noche
hasta agotar la nafta.
Apagué las luces del auto,
cerré las puertas
y caminé sin rumbo
fuera de la ciudad.
Pasé cuarenta días
en el desierto
tentado por el diablo.
Volví,
no me siento ni bien ni mal
y esto debe tomarse
al pie de la letra.

Pogo



To Julia, in memoriam




Señor, le escribo para decirle



Señor,
le escribo para decirle
que he vuelto, esta mañana,
a leer sus versos.
Mi sed está saciada
y me siento iluminado.
No sé cómo pude
negarlo tres veces,
practicar la escritura automática
y unirme a la crueldad
de la multitud.

La esgrima tonta de los días
se había apoderado de mí.
Perdóneme, recíbame.


Tras cabalgar días enteros


Tras cabalgar días enteros
nos pusimos a un tiro de piedra de la ciudad.
Estaba donde pensábamos.
No se habían equivocado los oráculos
ni los mapas. Luminosa, en la noche,
se veía desde el alto campamento.
"Ven aquí -me dijo Atila-, mañana
conducirás la columna que iniciará
la invasión" (la traducción es mía).
Después se marchó.
Bebimos y bailamos como era costumbre,
y nos retiramos a dormir
en carpas improvisadas.



Todos los poetas son mortales


Como un homenaje a la tautología,
Wilcock muere de un infarto
mientras lee un libro sobre el corazón,
Montale se queda dormido y Eliot,
muy débil, se colorea la cara
y negocia con Dios.
Pero, ¿cómo?
¿El viejo Wally escribía poesía?


Esperando que la aspirina


Esperando que la aspirina empiece a trabajar,
que acomode los cuartos, que revuelva el café
y que traiga a mi madre, fresca
a esta tarde de agosto
hojeo revistas estúpidas, escucho discos viejos
me pregunto en qué momento
los dinosaurios sintieron
que algo andaba mal.


Aunt


La ciudad aluvional
a la que llegan viejos de todas partes,
olor a pelo quemado, aparatos
para respirar.
¡La música del ocaso
en discos compactos y cassettes!

"Cuando eras chico
yo te sacaba desnudo a pasear".

Ahora presenciamos el triunfo del tiempo,
subimos escaleras de mármol
y ya no estamos seguros de ser el centro del mundo
sino inquilinos de un barrio periférico:
"tengo miedo, no quiero dormir acá".

El doctor aparece, impasible
su pelo negro brilloso peinado hacia atrás,
masticando chicle y tomándote el pulso.
La vida, a veces, tiene un humor de mierda.
Y dice: "podrías salir un momento
que voy a revisarla".

Cuatro paredes, un botiquín
y tu cuerpo presocrático sobre la camilla
se cierran tras la hoja de la puerta.


Tratando de sepultar



Tratando de sepultar la narración de nuestros padres
se va la adolescencia.
Después pagamos para que la recopilen
y nos digan que podemos ser mejores.
¿Por qué sueño con perros?
¿Por qué me aburren las tardes
y no puedo hablar con mis amigos?
Mientras tanto, la mujer cocina
y el marido se masturba en el baño.
La dicha se engendra
en el corazón de lo trivial
y a veces alguien muere,
a oscuras, en un cine.



Pound´s station


Cuerpos elevados
por el lento mecanismo
de la escalera del subte.
Abrigos, guantes y bufandas;
rostros duros que no parecen venir
de la confortable luz de los vagones
sino del círculo donde Ugolino come.


Despertarte


Despertarte a mitad de la noche
y ver en el otro lado de tu cama
a tu mujer llorando
es una experiencia importante.
Quiere decir, entre otras cosas,
que mientras paseabas por los cuartos
iluminados de tu cerebro
algo se estaba gestando cerca tuyo.
Un error con el cual mantenés
una particular relación de intimidad.
Porque aunque no firmemos nada,
ni corramos apurados bajo la lluvia de arroz
pensamos que es para toda la vida
y así seguimos.
Botes, que durante la noche,
quedan amarrados al muelle,
golpeándose entre sí,
según el viento.



Cancha Rayada


Caminamos, con mi viejo, por la playa de estacionamiento.
Es un día de calor sofocante
y en el asfalto recalentado
vemos la sombra de un pájaro negro
que vuela en círculos,
como satélite de nuestra desgracia.
Una multitud victoriosa, a nuestras espaldas,
ruge todavía en la cancha.
Acabamos de perder el campeonato.
La cabina del auto es un horno a leña;
los asientos queman y el sol que pega
en el vidrio, enceguece.
Pero no importa, como dos bonzos
dispuestos a inmolarse,
nos sentamos y enciendo el motor:
Fabián Casas y su padre
van en coche al muere.



Henry V arenga a sus soldados


Canta, oh Diosa,
aquella larga marcha
que nos dejó un tendal de muertos
en la periferia de la compasión y el coraje.
Soldados amargos y duros caían en el barro
y eran heraldos negros los días y las noches.
Canta entonces cuando nuestro señor,
montado en su corcel -con ropas de días
que no quiso cambiar, por un extraño augurio-
pronunció estas aladas palabras:
"Señores,
ha llegado la hora de demostrar cuánto valemos.
A quien no tenga ánimos para esta lucha,
se lo deje marchar: no queremos caer
en compañía de cobardes.
Que se queden los valientes,
-galgos que tiran de la correa
ansiosos por el combate-
los que serán ejemplo
para hombres de sangre más vulgar.
Todos, en nuestra patria, envidiarán
no haber estado aquí.
¿Por qué, entonces, habría de temer al enemigo?
Ni el azar, ni el cansancio podrán con nosotros
¡Hijos de los vientos!

Y una vez concluidas tan hermosas palabras,
un estallido de júbilo sacudió al bosque
y nos juramos acabar con 21 años
de estéril escolástica. Quedó escrito:

"Presos de un furor demencial
los hombres de Henry V
entraron a la Pequeña Chicago
y arrasaron con todo".



Pogo


Sentados los cuatro, frente a platos calientes,
necesitamos avanzar. ¿ Es esto
lo que quería decir?
El balcón, a tus espaldas
da sobre un corazón de manzana
donde la luna ilumina techos y cables.
Sacudida por el viento,
la ropa colgada produce aplausos secos
para nadie.

¡Los pensamientos brotan de mi cabeza
como el sudor!

Bajo el cálido cono de luz,
el brillo de los cubiertos
y el tintinear de vasos y botellas
cometimos la estupidez
de recurrir al mito para ordenar el mundo.

"Lo único que podemos hacer
-dice él- es superar a nuestros padres".
Y yo digo "Sí, sí" y mastico
un pedazo de carne seca.

Nos ponemos tensos. ¿Y ella?
Devorada por el perro de la maternidad
ya no puede articular palabra.
Deberíamos irnos, pero no podemos.

Pienso en la rutina de los parques,
los besos, los paseos al aire libre,
la oscuridad del cuarto
en el que mis viejos se convirtieron en hermanos.

Los días se apilaron entre algodones
como pastillas en un frasco.
¿Nos van a venir a visitar más seguido?
¿La pasaron bien? ¿No te molestó
que te dijera esas cosas?
"No", digo. El violín finísimo
de un mosquito orbita mi cabeza.
¿Cómo pudo escapar del invierno?
¿Cómo podremos alguna vez
escapar de este cuadro?

Distribuimos nuestro tiempo
entre el miedo a la muerte y el miedo
a los demás; la gramática
incomprensible de una reunión de amigos.

Pongámonos los sacos,
saludémonos, deseémonos suerte
y salgamos a la calle
bajo el abrigo confortable de la psicología.



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