a CRITICA
NO OLVIDAR LA GUERRA: SOBRE
CINE, LITERATURA E HISTORIA
Releí
los Pichiciegos de Fogwill. Trataré de poner este
recorrido en una perspectiva que muestre que la relectura
no fue azarosa. Escribe Fogwill:
El polvo químico. En esas
putas islas no queda un solo tarro de polvo químico.
¿Por qué lo derrocharon? Lo derrocharon, lo olvidaron:
¡No queda un puto tarro de polvo químico!
Ni los ingleses ni los
malvineros, ni los marinos ni los de aeronáutica: ni los
del comando, ni los de policía militar tienen un
miserable frasquito de polvo químico, tan necesario. No
hay polvo químico, nadie tiene.
Con polvo químico y piso de
tierra, caga uno, cagan dos, cagan tres, cuatro o cinco y
la mierda se seca, no suelta olor, se apelotona y se
comprime y al día siguiente se la puede sacar con las
manos, sin asco, como si fuera piedra, o cagada de
pájaros."2
El problema es el mismo, la
pregunta que hace visible el problema es la misma: la
guerra de Malvinas pertenece a un orden de materialidad
que es previo y fundante de toda posibilidad de relato
sobre la guerra. Cuando las cosas dicen su verdad,
materializan el recuerdo. Cuando la necesidad de polvo
químico es tan grande, cuando la carencia de polvo
químico hace que la gente convierta su refugio en cuevas
apestosas o se congele en el viento de la noche, la
guerra comienza a ser algo visible para el relato. La
guerra, como el holocausto, se denuncia en los objetos
manipulados por una tecnología sofisticada o
transformados por las artesanías de supervivencia. Para
hablar de la guerra no hay términos generales: o se sabe
o no se sabe lo que la guerra hace con los cuerpos (o se
sabe o no se sabe lo que es un horno de cremación y
cuánto tarda en terminar con una remesa de hombres y
mujeres). En la novela de Fogwill, la guerra de Malvinas
es traducida a los saberes necesarias para la
supervivencia: las astucias para negociar en un mercado
casi inverosímil donde se intercambian acciones de
espionaje o intervenciones bélicas por pilas para
linternas, cigarrillos y raciones.
Los pichis son una colonia de
sobrevivientes de las que se han ausentado todos los
valores, excepto aquellos que pueden traducirse en
acciones que permitan conservar la vida. Si el nudo de la
guerra es liquidar al enemigo, el nudo de la colonia
pichi es evitar, a cualquier precio, que ello suceda con
los miembros de la colonia. Los pichis parecen, a primera
vista, una tribu. Sin embargo, a diferencia de las
tribus, su lazo es efímero: durara hasta la muerte de
cada uno de ellos y no perdurara más allá de la muerte
excepto en la voz del pichi que recuerda (para el
escritor que transcribe esa voz imaginaria). Los ha
unido, temporariamente, no una identidad sino una
necesidad: no comparten una memoria más vieja que la del
comienzo de la invasión a Malvinas. Comparten, a lo
sumo, algunos chistes, anécdotas que se van
intercambiando en la oscuridad del encierro subterráneo
que ellos mismos han construido cavando el suelo de la
isla: vienen de todas las provincias y en cada uno de
ellos está ausente el lazo que constituye una identidad
nacional. Paradójicamente, es la guerra que ha
destruido, para ellos, toda idea de nación: llegados a
Malvinas como soldados de un ejercito nacional, las
operaciones de ese ejercito han deteriorado todos los
lazos de nacionalidad. De la nación, lo único que los
pichis conservan es la lengua. Así, la tribu pichi ha
definido un nuevo territorio, la colonia subterránea
donde se refugian para sobrevivir, y donde los valores se
organizan en función de esa misión social única: la de
conservar la vida.
Fogwill muestra así la
paradoja de la guerra. La aventura en Malvinas fue para
la dictadura militar una ocasión para intentar la
construcción de una unidad nacional indispensable a la
supervivencia política de su régimen. Si en el teatro
de la Argentina continental, durante los meses que duró
la guerra, ese objetivo fue parcialmente alcanzado en la
medida en que millones encontraron, en un patriotismo
recién descubierto el 2 de abril, un punto de identidad
que la dictadura, entre otras cosas, precisamente había
corroído; en el teatro material de la guerra, las islas
Malvinas, la novela de Fogwill muestra que esa identidad
nacional es lo primero que se disuelve cuando sus
hipotéticos portadores han sido jugados como peones en
una escena donde la debilidad de los principios
unificadores se potencia con la proximidad de la muerte.
Entender a los pichis es entender precisamente lo que una
guerra (no cualquier guerra, sino ésa, la desencadenada
por la aventura de Galtieri) hace con los hombres.
Con alguna razón, Fogwill ha
dicho que su novela no es pacifista. En efecto, el
pacifismo plantea los problemas de la legitimidad de la
guerra y concluye que la guerra no es un recurso ultimo
sino un extremo indeseable. Esa cuestión no es la de Los
pichiciegos: la novela no quiere demostrar nada y sus
personajes no están en condiciones ideológicas ni
discursivas para reflexionar. Los pichis carecen
absolutamente de futuro, caminan hacia la muerte y, en
consecuencia, sólo pueden razonar en términos de
estrategias de supervivencia.
Su tiempo es puro presente: y
sin temporalidad no hay configuración del pasado,
comprensión del presente ni proyecto. Como muertos
futuros, los pichis sólo pueden pensar en un
aplazamiento, hora a hora, de ese desenlace, sin dejarse
capturar por el desenlace y, a la vez, sin la ilusión de
que exista algún tiempo para ellos. En esas condiciones
de miseria simbólica, la novela presenta las condiciones
de la miseria material y las astucias de las
transacciones en un mercado que también es puro
presente.
La novela imagina, así, cómo
es materialmente una guerra: la ficción, puesta en
situación concreta a partir del registro de las acciones
y del inventario de las cosas, piensa cómo es el frío,
el dolor de una herida, el olor del cuerpo vivo o
descomponiéndose, en situación de guerra. Y como se
trata de una guerra del siglo XX, la ficción piensa con
los números, las cantidades, los pesos, las medidas, las
distancias, la materia. Sin héroes y sin traidores
(porque la suspensión de los valores en el teatro de esa
guerra hace casi imposible su emergencia), la novela
evalúa en términos de un mercado de sobrevivientes y,
se sabe, un mercado es abstracto en sus reglas de
funcionamiento general de intercambios y concreto en la
apreciación particular de las mercancías que se
intercambian en cada acto.
Así, la literatura piensa
cosas, relaciones entre cosas, medidas de distancia y de
tiempo que permiten u obstaculizan el logro de cosas,
procesos de conversión (como la muerte misma) de los
cuerpos en cosas. En la tribu de los pichis, los que
piensan son los jefes (los Reyes de la tribu) y lo hacen
en la lengua de las cosas o en la lengua de los procesos
que afectan a las cosas y afectan a los hombres solo si
los hombres fueran cosas:
"Se asomó al almacén. La
poca luz de la estufa no permitía ver. Buscó la
linterna. Pipo, desvestido, abrazaba una bolsa de papas,
donde guardaban papas y cebollas argentinas. Volvió a
gritarle:
- ¡Pipo! ¡Carajo!
¡Despertate!
Pipo no respondió. El bajó
por el pasadero para despertarlo. En el almacén lo
sacudió y Pipo se soltó de la bolsa y cayó de cabeza
al suelo, con su pecho desnudo de siempre. Tras él se
derrumbó la bolsa y salieron rodando cuatro papas, dos
cebollas, y -algo inexplicable-, una naranja fresca y
recién pelada. Pipo también estaba muerto. Desde abajo
llamó:
-¡Turco! ¡Viterbo!- ¿Donde
estarían?
Volvió al tobogán, pasó a la
chimenea de los británicos.
La radio funcionaba captando a
un mismo tiempo transmisiones militares inglesas y
argentinas (...) Los dos británicos estaban tirados en
el piso de atrás de ellos Manuel seguía envuelto en su
bolsita de dormir color rosa. Pateó a un inglés que
tenía la pierna flexionada, la pierna se estiró y la
bota del paracaidista fue a dar contra la espalda de su
compañero. Los dos muertos.
Corrió a la chimenea
principal. Todos los pichis parecían dormidos. Los
recorrió con la linterna. ¿Estaban todos muertos? Sí:
todos muertos. Los contó, tal vez alguno estaba afuera y
se había salvado. Volvió a contarlos, veintitrés, más
él, veinticuatro: todos los pichis de esa época estaban
ahí abajo y él debía ser el único vivo. Sintió mareo
y reconoció el olor del aire, olor a pichi, olor a vaho
del socavón y olor fuerte a ceniza. Era la estufa , el
tiro de la estufa con su gas, que los había matado a
todos y si no se apuraba lo mataría también a él.
(...) Quiso salir despacio,
para no respirar más aquel aire que había matado a
todos. Después, afuera, lo entendió: los cables de las
antenas de los británicos habían ayudado a la nieve a
tapar el tiraje de la estufa: la ceniza se había
acumulado abajo por desidia de Pipo -también en eso se
les veía venir el fin-, había hecho gas, el gas que no
pudo subir los había envenenado a todos." 3
No se puede pensar la escena
más allá de la lógica material que la produce. Hay que
investigar esa lógica, entender sus razones (chimeneas
tapadas por la nieve, estufas que emiten gas, antenas que
interfieren la ventilación, desidia del final de una
etapa): el pichi sobreviviente sabe reconocer texturas,
densidades de los cuerpos, olores y con esos signos saca
sus conclusiones. La única sorpresa, el único dispendio
estético: esa fresca naranja recién pelada, que puede
imaginarse blanda y jugosa como dato incongruente pero
real (verosímil según la verosimilitud definida por
Barthes) en el medio de la escena fúnebre.
A la salida del escondite
"lloró un poco". La brevedad de la frase,
atenuada además por la que la introduce ("si lo
recuerda bien, lloró un poco"), es toda la
subjetividad que la guerra permite. Cualquier otra
expansión sería sentimentalismo. La comunidad de los
pichis fue una comunidad práctica, donde lo simbólico
tendía a desplazarse sólo a los momentos distendidos de
risas y de pequeñas historias banales; y la muerte de
una comunidad práctica es, naturalmente, definitiva. La
reflexión sobre las condiciones no materiales de esa
muerte, caen entonces fuera del espacio ficcional de la
novela, fuera del alcance de sus personajes que ven lo
que les pasa y no el origen de lo que les pasa: sufren
los efectos de una disposición de ideas y de actos que
no conocen. Son hábiles para operar con la inmediatez de
los efectos, y desinteresados en relación con las
configuraciones que no pueden ser captadas por la visión
y la experiencia.
La novela de Fogwill
produce esta verdad de la guerra en Malvinas.
2 Los
pichiciegos, Buenos Aires, Sudamericana, 1994, pág. 91,
segunda edición. La escritura de la novela está fechada
entre el 11 y el 17 de junio de 1992.
3 Los pichiciegos, pág. 160-161.
Beatriz
Sarlo es profesora titular deLiteratura Argentina en la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires, profesora invitada en las Universidades
dede Columbia, Berkeley, Maryland y Minnesota, y Simon
Bolívar Professor of Latin American Studies
en la Universidad de Cambridge
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