Saber contar y no saber hacer nada sección Suplemento Cultura | fecha de publicación 30.03.2003 Por Leila Guerriero De la Redacción de LA NACION Buenos Aires, 2003
El nene y el padre están quietos, mojados apenas por las estrías líquidas de sol que se dibujan en el pi- so. El nene tiene seis años, ojos grandes, el brazo de su padre sobre el hombro como quien dice cuida- do. .-Hola, dice Fogwill. .-Hola, dice el hijo de Fogwill. .Y se sientan. El bar del Malba (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires) flota en un murmullo de música incolora. El nene acaricia la cabeza del padre, enreda los dedos cortos en los rulos canosos de Fogwill. Fogwill se deja, como un león do- méstico. .-¿Sabías que el mejor hermano del mundo es de él y se llama Francisco? .El nene dice que sí. Que el mejor hermano del mundo es de él y se llama Francisco. -Le regaló una Play Station. Y el otro hermano le va a regalar un Explorer Cherokee. .El nene abre los ojos. Fogwill tuvo su primera moto en 1953, a los doce años, pero una camioneta para un chico de seis pare- ce una exageración. .-La camioneta de Andrés. Dijo que va a ser para vos. Pero recién cuando tengas 15, hijo. Y vos nos llevarás a todos. . Fogwill, cara de lobo, intenciones geriátricas. .-Pero vos vas a morir -dice el nene. .-¿Yo voy a morir? ¿Y cuándo, calculás? .-Cuando yo tenga quince. .-Está bien, una buena edad. .Dice Fogwill. El nene, sim- plemente, dice: .-No. .
Runa es una urna . Algunos días atrás, Fogwill decía esto por teléfono: "Ah, sí, mi última novela. ¿Y cuál de las tres?" El año pasado, Mondadori publicó en España las novelas La experiencia sensible y En otro orden de co- sas y, por estos días, lanzó al mercado una más: Urbana . En otro orden de cosas acaba llegar cual no- vedad a la Argentina y Runa , una novela difícil de clasificar, será lanzada aquí en abril por el nuevo sello editorial Interzona. Runa transcurre en el neolítico, está estructurada en sesenta y un capítulos que pue- den leerse al azar (o no), y consiste en un largo monólogo en el que un informante narra a un interlocutor que permanece oculto (y se incorpora de a poco) el mito constitutivo de su cultura. ."Terminé de escribir Runa en diciembre pasado, el mismo día que murió Ivan Illich, el ecologista. Yo había pensado mucho en Ivan Illich escribiendo este libro. El libro ataca el absolutismo del relativismo cultural. Yo me formé en ciencias humanas en la época del famoso relativismo cultural, éramos todos iguales y buenos. No creo para nada en eso. Creo que nosotros somos los malos... Los hombres escritos , los cultivados,somos los malos. Yo creo que el neolítico está muy cerca. Lo que queda por saber es si entraremos en él como es- pecie o como mutación de la especie que fuimos. Tenemos un mundo, como dice el informante, de gente que sabe contar cómo es todo, pero que no sabe hacer nada. ¿Vos sabés domar un caballo, ordeñar una vaca? A mí me dan una vaca llena de leche y me pongo a llorar a la par de la vaca. Me dan un potri- llo y lo crío como un perrito. El mundo salvaje desmiente las mitologías contemporáneas de la disconti- nuidad entre alimentación, amor, familia, trabajo, intercambio, política y guerra."
La tía y el revólver .Fogwill se llamaba Rodolfo Enrique, pero dejó caer el Rodolfo y mucho, mucho antes, el Enrique. "Si dicen Fogwill, seguro saben que soy yo. Además, tengo un tío que se llama Ro- dolfo Fogwill, igualito, vive en España y tiene 73 o 74 años. Está mejor que yo, y yo tengo sesenta y monedas. Era el hermanito menor de mi papá. Era mi protector. Me hizo los regalos de mi vida. De chico me regaló una pelota de fútbol de cabritilla, cuando empecé a fumar me regaló un encendedor Monopol. Después unas antiparras alemanas." .
Fogwill era hijo único. Vivía en Bernal. Tenía padre, madre, tío Rodolfo. Y la tía del revólver. "Era una loca -cuenta-. Me regaló un revólver calibre 32 cuando yo tenía diez años. Me lo regaló sin balas, pero yo compraba las balas y tiraba en mi habitación. Hacía fardos con los diarios que leía mi viejo y tiraba a los fardos. Mis viejos me regalaron una moto en 1952, cuando yo tenía once años, y en 1955, auto y regis- tro." .A los ocho años escribió su primer poema: "A Nuestra Señora de Fátima en la Entronización de Su Imagen Divina en la Iglesia de la Inmaculada Concepción de Quilmes". De chico, tenía problemas motri- ces con las piernas. "Los sigo teniendo, ahora más graves - explica-. No jugaba al fútbol, ni al básquet, pero me dedicaba a nadar. Hacía natación a río abierto. El sueño del niño era llegar al canal, y a los diez años llegué. Después empecé a remar, a los doce a navegar a vela, y me la pasé navegando hasta los veinte." .A los quince terminó el colegio secundario y entró en la facultad de medicina. "Terminé el se- cundario, me quedé perplejo, y estudié medicina, desde los 16 hasta los 19. Pero no tenía madurez, ne- cesitaba dormir doce horas por día y para estudiar medicina tenías que levantarte a las siete de la ma- ñana, ir a los prácticos todos los sábados. Era un infierno. Banqué todo lo que era física, química, ana- tomía, histología, me interesaba como curiosidad científica, como si hubiera estudiado astrología o vete- rinaria. Pero empezar a pensar en curar gente no me interesaba nada. Antes de rajar de Medicina entré en Filosofía para estudiar Letras. Cuando vi la materia prima de profesores y alumnos... ni loco. La fauna era imbancable. Y la de ahora... la de ahora tampoco me la bancaría. Pero si fuera me pedirían autógra- fos. Los mismos imbancables." .-
Ahora sos un escritor de culto.
-No sé. Son rachas. Se les va a pasar. Cuando yo entré a Letras, las estúpidas que daban el curso de ingreso eran cortazarianas. Después aparecieron los puigianos. Después, los piglianos. Después, los saerianos. Ahora son fogwillianos aireanos. .-
¿Te producen desprecio? . -Y bué, no sé. Prefiero a los neolíticos. .A los 23 años Fogwill se recibió del oficio de su vida: sociólogo. Desde entonces trabaja, con más y menos suerte -en empresas propias antes, ajenas ahora- en marke- ting , desarrollo de producto e investigación de ofertas y demandas y consumos y mercados y hábitos y marcas. Tan sólo a los 38 publicó su primer libro. .-Yo quería ser cualquier cosa, y además publicar li- bros. No sabía, te lo juro, no sabía que existían los escritores. Para mí Sartre era un filósofo. Cortázar no me gustaba, pero era un traductor. Borges era un viejo oligarca. Bertrand Russell, un filósofo. No se me ocurría que había un oficio de escritor. Hoy mismo tengo vecinas que le dedican a cuidar las plantas del balcón más tiempo que el que yo dedico a la literatura.
Ultimos movimientos En 1979 Fogwill ganó el Premio Coca Cola con su libro Mis muertos Punk . En 1982 escribió Los Pichi- ciegos , una novela sobre Malvinas que terminó en tres días y medio y fue publicada en 1983. Hasta 1986 fue una máquina de muchas cosas. De publicar y aparecer en los medios entre otras. De esos años son Música japonesa , Ejércitos imaginarios , Pájaros de la cabeza . Las fotos de entonces lo muestran con la cara de asustar, delgado y furioso, el pelo en cresta como ramillete de tsunamis. .-Esa imagen, ¿la pensaste? .-Sí. La pensé. La pensé, pero la sentí. Me producía y me sigue produciendo hostilidad el sistema del libro mercancía y todo el aparato de prensa que hay alrededor de eso. Preferiría no hacerlo. Pero me volví cuidadoso porque vos pensá: en 1985 se pagaba por un libro un anticipo que era el equivalente a lo que yo ganaba en tres días. Ahora siguen pagando lo mismo, pero la diferencia es que yo gano muy poco, entonces ese adelanto es mi salario de tres meses. Empecé a cuidar la fuente de trabajo. .Pero antes, entre 1985 y 1990, Fogwill dejó de publicar, por decisión propia y juramento públi- co. "Me hizo muy bien poder escribir libros fuera del sistema de la literatura. Había ocupado demasiados lugares públicos ridículos. Columnista en todos los medios. Ya no sabía cuándo estaba pensando yo y cuándo estaba pensando para... Fueron cinco años de paz." .Cuando volvió, volvió prolífico: escribió Partes del todo , La buena nueva , Una pálida historia de amor , Vivir afuera , Lo Dado . Se hicieron re- ediciones ampliadas de sus libros de cuentos y después, hace poco, llegó lo de la publicación en España y una pequeña legión de fanáticos lectores al otro lado del océano. .-Antes, cuando iba con manuscritos a las editoriales, nadie me quería publicar. Me pedían plata para publicarme. Una vez hice una recopila- ción de relatos y los llevé a una editorial. Yo tenía mucha plata, realmente, y me pidieron plata para pu- blicarlos. Entonces le dije al tipo: "Mirá, para gastar plata me compro tu editorial". Yo tenía una agencia grande de investigación de mercado y una de publicidad. Pero después me fundí y perdí el arte de tener guita. Volví a ganar muchas veces plata, a ganar mucho, pero perdí el arte de guardarla, cuidarla. No me preocupa. Me preocupa cuando pienso en los chicos, en lo que cuesta la educación, pero yo qué sé, la vida es así. Ahora asesoro empresas. Desarrollo de producto, marketing . Y me gusta. Me gusta mucho. Pero me cuesta cada vez más. Cuando yo empecé a trabajar en marketing tenía 25 años y mis clientes tenían 45. En el auge de mi carrera, yo tenía 30 años y mis clientes tenían 45, y yo estaba muy avejen- tado. .-Por el sol... .-Y por la droga. Así que éramos iguales. Y ahora mis clientes tienen 23 o 30 y yo 60 y monedas. Laburan de ocho de la mañana a ocho de la noche y después van a cenar. Y yo extraño mi siestita, la vuelta por Palermo, la caminata, los chicos. Es difícil seguirle el tren al ritmo mental que tie- nen. Son muy inteligentes, absolutamente ignorantes, y tienen un arte para el zapping que yo no tengo.
.-¿Fuiste corredor de bolsa? . -¡No! No. Operador de bolsa. Timbero de bolsa. Tenía información interna y gané muchísima plata mien- tras tuve buena información. Y ahora estoy en la miseria completa. No tengo casa, no tengo auto, no tengo barco, no tengo seguro médico. No tengo biblioteca. Tengo 180 libros. En 1964 decidí que no que- ría tener más biblioteca. Regalé todo. En algún momento empecé, con autores como Arturo Carrera, Viel Temperley, Leónidas Lamborghini, Girri, a aplicar un sistema, que consistía en pegarlos tapa contra con- tratapa. Cuando venía alguien a pedirme un libro prestado le decía "No, no te lo puedo prestar porque te tengo que prestar un estante entero". Con mis propios libros empecé a hacer lo mismo, pero después venía alguien y me decía "Che, necesito tal cuento tuyo para la revista tal" y entonces arrancaba un ca- chito del libro, y al final al diablo también con eso. .El hijo de Fogwill juega con el tenedor aplastando las moras y los arándanos de un postre con frutos del bosque. El padre sugiere que suba al Museo, a ver los Monstruos de Berni: "Andá, que después te muestro los cuadros caros, los que cuestan un millón de dó- lares". El nene se va. .
-¿Tendrá idea de cuánto es un millón de dólares? -Sí. El único estúpido que no sabía cuánto era un millón de dólares cuando lo tenía, era yo. .Fogwill mira las enormes paredes vidriadas del museo. Habla de su memoria monstruosa que le permite recordar los nombres de las cosas más variadas y extrañas, de sus cinco hijos, de sus libros nuevos. Escribe dos de poemas ( Canción de paz en Parkingon´s Avenue , Ultimos movimientos del señor Fogwill ) y corrige una novela, Ejercicios de riesgo . .-Hay un poema en Ultimos movimientos... que, en realidad, estaba de- dicado a una chica de LA NACION que me emocionó. Nora Br se llama, pero no la conozco. Ella hizo una nota sobre las vacas clonadas, que me puso la carne de gallina. Parece que en la Argentina clona- mos tres vaquitas. Son vaquitas jersey, vaquitas para producir leche, pero una viene con un gen hu-ma- no, que produce la hormona de crecimiento, entonces, la sangre y la leche de esa vaca van a ayudar a los petizos a crecer. Y dije yo, en el poema: "¿Buena noticia para los enanos? No. Para los padres de enanos. Porque los enanos nunca quieren crecer. Los enanos quieren ser directamente otros, como to- dos nosotros".
Dice Fogwill y muerde una mora. Un pequeño ganglio dulce que permanece un instante atrapado entre sus dientes, y después desaparece. .Por Leila Guerriero De la Redacción de LA NACION Buenos Aires, 2003 .