A pesar
de él, de nosotros
Por Guadalupe Marando
en El Interpretador Julio 2006
Toda
ficción actúa sobre la historia. La novela de Fogwill abre un espacio en el
tiempo durante el que se prolonga la guerra de Malvinas, e inserta allí una
fábula que contradice los hechos de la realidad para decir otros: los que esta
misma realidad autoriza a imaginar y torna verosímiles. No fue así y, sin
embargo, es así como podría haber sido, como debería haber sido si en el mundo
real los acontecimientos tradujeran con la misma exactitud que en la literatura
el significado de determinados momentos históricos. Lejos de ser el paisaje
sobre cuyo fondo se erige un relato imposible, Malvinas es el escenario que
posibilita y justifica el accionar de los no combatientes imaginados por
Fogwill. La resistencia a arriesgar el cuerpo es el más perfecto correlato de
esa verdad histórica que esta ficción subterránea descubre simultáneamente y
ese es su mérito a lo que acontece, y que sus personajes muy pronto constatan:
no hay nada en esa guerra, más allá de la propia supervivencia, por lo que
valga la pena arriesgarse.
Dice Fogwill en la contratapa de esta edición de Interzona: "al
escribirla, estaba lejos del autor cualquier preocupación sobre el
acontecimiento. Como decía por entonces digo, estaba escribiendo sólo acerca
de mí, de la revolución, la contrarrevolución, el amor, el comercio, la democracia
que sobrevendría". Y en otro contexto: "Me hubiera gustado escribir
Los pichiciegos sin Malvinas". Fogwill parece no saber que la novela
triunfa precisamente allí donde fracasan sus pretensiones; que lo que vuelve a
este libro perdurable reeditable es, al menos en parte, esa fricción entre
realidad e invención, ese intercambio entre la subjetividad del que escribe y
todo lo que no es él y se le escapa. Hay quienes piensan que en el acto de
creación de toda obra resistente al paso del tiempo hay un momento de pérdida
del artista en lo otro la realidad objetiva, y que es ese núcleo de realidad
que se instala en la obra, incluso a pesar del autor, el que asegura que
muchos, aún mucho después, puedan reconocerse en ella. Nostra causa agitur: se
trata de nosotros, de un instante en la historia compartida que da origen al
relato y cuyo sentido preciso o su sinsentido el relato logra captar. Fogwill
tal vez no lo sabe, pero sí su novela, menos reticente que él a la hora de
admitir su deuda con la realidad sobre la que opera:(1)
Al comienzo, a nadie se le hubiera ocurrido juntar tanto carbón, tanto paño de
carpa, mantas, raciones, ropa vieja. [...] A él sí. Él precisó juntar. O
primero necesitó la guerra y la posibilidad de mandar, para que le naciera aquella
idea de juntar y cambiar.(2)
En la sintaxis, en la lógica causal de este pasaje es posible detectar la clave
de ese efecto que produce la lectura de Los pichiciegos: la novela anuda de un
modo necesario la ficción al acontecimiento histórico, la realidad de la época
referida habilita la invención de hechos que no llegan a resultar del todo
increíbles. Sin Malvinas no hay relato posible, o al menos no hay este, que es
el que todavía nos interpela. Los pichis son la más lógica consecuencia de la guerra.
Y se trata de nosotros y no sólo de Fogwill todavía en otro sentido. Podemos,
como ya se dijo, reconocer nuestra historia en el reverso, la sombra o el sueño
de la historia que la novela escribe, pero también reconocernos en la sensibilidad
de los cuerpos que la escritura vuelve nítida. El discurso del informante es
puesto enteramente al servicio de la transmisión de una experiencia física: la
de sobrevivir. Las palabras se adhieren a las cosas y a los cuerpos, como si
quisieran actualizar la materialidad de sus referentes. Las frases son breves y
precisas, y apelan al recurso poético sólo cuando el lenguaje corriente se
queda sin recursos para significar una sensación o un proceso: "se siente
el frío, se lo sufre, tarda en acostumbrarse: el frío duele, el aire es como
vidrio y si uno quiere respirar parece que no entrara".(3)
Al leer, es inevitable pensar: es así.
Todo eso bastaría para hacer de la descripción de las reacciones corporales y
emocionales de estos hombres la descripción de la sensibilidad de los hombres
en general. En el registro de la memoria de los soldados, que en condiciones
miserables idealizan las miserias de sus realidades cotidianas anteriores a la
guerra; en el registro de la necesidad, el instinto y el deseo; en el registro
de los estados y, sobre todo, de los pasajes del frío al calor, del silencio a
la palabra, del miedo al miedo, Fogwill atrapa algo que podríamos llamar lo
humano. Pero esto además se ve confirmado por el estilo del lenguaje del
informante, un lenguaje que transforma los hábitos del pasado en las islas, en
saberes prácticos dichos en presente que es el tiempo de los enunciados de
validez universal, y en el que no faltan los axiomas que condensan estos
saberes: "pasando un tiempo en el calor, el hombre aguanta más el
frío."(4)
Hay que decir algo más. La novela de Fogwill va a permanecer porque habla de
nosotros, pero también porque está bien escrita. Bellamente escrita. Esto es
algo imposible de justificar teóricamente. Se podría intentar inútilmente
rastrear la belleza en el ritmo que al texto imponen las frases breves, en la
ausencia de excesos retóricos, en la serenidad del tono con el que se dice lo
violento, en la elección de un léxico cercano, familiar y hasta pueril
"olas que corrían cargadas de espuma como corderitos",(5) exacto en
su simpleza. No sería suficiente. Convendría hacer silencio y dejar que el
libro hablara por sí mismo.
Fogwill es uno de nuestros mejores escritores. Esto, él lo sabe, y en lugar de
callar, como yo ahora, lo dice hasta el cansancio. Claro que sus novelas lo
dicen y lo seguirán diciendo mucho mejor.
NOTAS
(1) Dada la
ya conocida tendencia de Fogwill a verse como el acreedor precursor,
visionario, adelantado, profeta, fuente de inspiración y objeto de plagio de
las deudas del resto, es lógico que así sea. (2) Fogwill, Los
pichiciegos, Buenos Aires: Interzona, 2006, p. 103. (3)
Ibíd., p. 35. (4) Ibíd.
(5) Ibíd., p. 156.